Mi dentadura

Ayer fui al dentista.
El 17 de julio a las 18:00
me había empezado a doler
insistentemente
el cuadrante inferior izquierdo
de mi dentadura.

Estaba en Daimiel
y llegué a sospechar
que se trataba de algo parcialmente
psicosomático.

No quería tomarme un calmante
químico
ni mucho menos un antibiótico
(anti-bió-tico: ¿Contra qué vida va?)
así que traté de calmarme
tumbándome en la cama
boca arriba
y el dolor no se iba
no se iba de ninguna manera.

Esperé a la noche
y a la mañana siguiente
(al despertar) el dolor de muelas
todavía estaba allí.

Un día después nos íbamos de vacaciones
a Vera, Almería
en autobús
y supuse que unos días después
se me habría pasado.

Pero llegaron esos días
y el dolor permanecía.

Tomé calmantes químicos
tales como el ibuprofeno
que probó su inoperancia en esta lid
y el paracetamol
en comprimidos de 1 gramo
que parecieron calmarme algo
pero cuyo efecto podía quedar eclipsado
por la relajación que producía estar de vacaciones en el mar.

El dolor permanecía.
Era un dolor agudo y persistente
bastante localizado aunque yo no supiera ubicarlo con total certeza
y mucho menos con precisión.
Masajeaba a menudo el exterior de mi mandíbula
sintiendo leve alivio aliterativo.

Pero el dolor resistía
y acabó por quebrar mi paciencia
y capitulé a la idea de ir al médico
en Garrucha
(localidad cercana a Vera Playa)
en cuyo consultorio
me asistió un médico acalorado
delgado y desgarbado; un poco parecido a Roberto Benigni.
Me recetó,
sin saber decirme (ni pretenderlo)
qué podía tener realmente,
una semana de un antibiótico de amplio espectro
llamado Amoxicilina
y un calmante potente
denominado Nolotil
compuesto, básicamente, de metamizol.

El dolor fue cediendo
si bien casi todo fue cediendo
y yo me sentía en una extraña almohada
química
sobre la que todos mis nervios se hubieran echado una larga siesta.

Pasada la semana de tratamiento
decidí pagar la cantidad que solicitaba un dentista
de la mencionada localidad cercana al lugar en el que pasábamos nuestras merecidas vacaciones
por su consulta.

En su clínica
de reducidas proporciones
nos hizo esperar una recepcionista
ayudante
de cierto atractivo
en una sala cuya lámpara de pared
nos entretuvo
a Carmen y a mí
con su pretensión artística y funcional
si es que esta no es una pretensión absurda y contradictoria.

El dentista fue tan amable que me explicó
mostrándome con un espejo para que yo mismo pudiera verlo
que la causa del dolor podía tratarse de infinidad de cosas
como una muela picada
como una pequeña infección de encías
como una suciedad acumulada bajo los dientes
como otro problema que no se viese a simple vista.

Así que, por si acaso,
me recomendaba que me aplicase una limpieza
con un producto que no tenía pinta de ser suave
por más que su mentolado aroma pretendiese aparentar lo contrario
durante 2 días
durante los cuales posiblemente observaría cómo
caían de entre mis dientes pedacitos de algo que me parecería
arena.

Yo, que soy muy obediente con los dictámenes médicos,
seguí casi a pie de la letra sus indicaciones
y sentí que se me caían entre mis dientes pedacitos de algo que me parecía
arena.

El dentista me había propuesto
adicionalmente
hacerme una limpieza bucal (60€)
y, por supuesto, una radiografía (40€)
para dilucidad de cuál de las múltiples causas posibles
se trataba.

Casi me animo a hacerme alguna de ellas
sobre todo, he de confeseralo (mi pasado católico me traiciona)
por la sugerente aclaración de que quien llevaba a cabo la limpieza
dental
era la parcialmente atractiva recepcionista/ayudante.

Yo había preguntado
insistentemente y sin apuros
si eso dolía
intentando hacer entender que no tengo la más mínima tolerancia al dolor
y que no me avergüenza reconocerlo.

Pasaron los días y el dolor había remitido.

Durante un mes, el de agosto,
fui olvidándome de la molesta sensación de ese agudo
dolor
persistente
intenso
inapelable.

Pero no olvidé
que no podía olvidarlo.

Ayer
por fin
ya en mi ciudad
fuimos (Carmen me volvió a acompañar como a niño pequeño asustado)
a una dentista de una clínica
llamada Élite Dental
(no sé a qué se refiere con élite, pero prefiero no pensarlo).

La dentista no era atractiva
pero parecía saber lo que hacía
aunque siempre desconfío de un médico que ingresa más dinero
si yo tengo algo mal
que le necesite
que de uno (o una, faltaría más) que cobre la misma cantidad
y cuya situación profesional no peligra
si carece de pacientes (que no clientes).

Me pidió, para poder continuar su diagnosis,
una inmediata radiografía (10€ (por ser una clínica concertada con la Sociedad Médico-Farmacéutica Ferroviaria, lo cual es otra historia))
que acabaron siendo 2:
una mayor
una menor.

Rayos X atravesando mi cara
con una longitud de onda muy
muy baja
realizaron una fotografía
en la que se veían mis dientes
y
con algo de pericia
incluso el hueco que unas caries profundas
dejaban a mis nervios
a la intemperie
atacados por la inclemencia
de un orificio tan mal diseñado
como la boca.

El diagnóstico fue duro
pero
como la no atractiva dentista me dijo
lo doloroso sería lo que me informarían en recepción
que fue el presupuesto del tratamiento prescrito:
4 muelas cariadas que debían ser empastadas
1 muela muy picada
la 36
la que, muy posiblemente, había causado el intenso y maldito dolor
que debía ser extraída o reconstruida con una endodoncia
1 muela del juicio que estaba acostada bajo la encía de mi mandíbula
inferior derecha
cuya recomendable extracción
acarreaba la aquiescencia de un experto cirujano
pues podía causar otros males mayores.

Sin contar la intervención sobre esa muela
de
juicio perezoso
el contante ascendía a 470€
y debía estar satisfecho
de que la limpieza bucal
estuviese incluida sin coste adicional alguno.

Tentado he estado
de acompañar este poema
con la radiografía realizada
en la que se aprecia
una dentadura caótica
desordenada hasta límites insanos
carente
ya
de algún molar
y que muestra llamativamente
una muela creciendo en dirección
contraria a la que debería de tener,
pero algo me dice que es demasiado obscena.

Al fin y al cabo
debo de tener un límite para eso que se conoce como
intimidad.

Demostrarle algo a alguien

no compitasSiempre que oigo la expresión «No tengo que demostrar nada a nadie» o su versión sin dos negaciones que dice lo mismo: «No tengo que demostrar algo a alguien» (he de reconocer que, sobretodo, la primera versión) me viene a la cabeza la idea de que quien lo afirma (yo suelo hacerlo con frecuencia) cree estar convencido de que esa demostración dejaría convencido a ese alguien.

Por ejemplo: No tengo que demostrarle a nadie que soy el más rápido, parece llevar implícita la afirmación de que, verdaderamente, lo soy.

Si no tengo que demostrar nada a nadie, o, lo que es lo mismo, no tengo que demostrar algo a alguien, es porque realmente me importe un carajo si cumpliría con las expectativas de ese alguien, que, en última instancia, es quien estoy usando para que me sirva de baremo con el que medirme a mí mismo, valga la redundancia.

Es decir: No tengo que demostrarle a nadie que soy el más rápido, podría llevar asociado el íntimo pensamiento y convencimiento de que, verdaderamente, no lo soy (o no lo sea) y, lo más importante, me importa un pimiento… o menos que un pimiento, que, según el día, puede resultarme terriblemente importante.

En el fondo, retóricamente hablando, no deseo medir lo que no es medible: mi cualidad humana, mi valor, etc. Y los atributos físicos más o menos medibles, lo que físicamente llamaríamos magnitudes mensurables, no dejan de parecerme superficiales y de escasa, o incluso nula, valía informativa en cuanto a la medición imposible: cómo de humano soy.

Vaya, en román paladín: me la pela…

¿Qué se vende, la ropa o el hombre?

VentaHace unas semanas guardé esta foto en mi memoria (digital y neuronal) porque me ocasionó una especie de convulsión mental: ¿Qué se vende, la ropa o la humanidad?

Mi sensación es que con la oferta de comprar, quien se está vendiendo es, curiosamente, el comprador. Vendiéndose a un sistema que necesita engullir su demanda fabricada por la oferta, una demanda artificial, una demanda virtual, falsa, innecesariamente satisfecha, insatisfactoria por esencia para perpetuar el hábito de compra y mantener la cadena temporal de la adicción (que no adición (querida Aída)).

La imagen me parece tremenda, no sé por qué, pero me lo parece. Me indigna y me subleva, pero lo único que hago es (aunque quizá no es tan poco) huir: salgo corriendo de centros comerciales o tiendas como Zara, Lefties, etc… Me empieza a entrar una angustia similar a la que siento en una iglesia cristiana, ganas de volverme sociópata… no sé, pero algo en mí no acaba de encajar… ¿o soy de los pocos que sí encajan en algo que aún no existe? ¿soy un elegido? ¿un ser superior, a la manera Nietzschiana? ¿O solamente un marginal que ansía encontrar su lugar?

El exceso de precisión en el lenguaje engendra monstruos

Es algo que siento que a veces me pasa.

Paso segundos en mi cerebro solipsista construyendo la frase perfecta, precisa, exacta, olvidándome del hecho de que en la naturaleza todo son aproximaciones. Ni siquiera existe la cosa, su frontera es ficción, no tiene límite definido ni un simple y vulgar pedazo de madera, ni de un menos poroso metal.

Me convierte en monstruo, un loco corrector ortográfico, gramatical y semántico, una especie de compilador informático de lenguaje natural, como si fuese posible…

Me pasa, sí,
simplemente
me pasa.

Una interesante diatriba de la serie que he visto este verano

Durante este verano he estado viendo la serie titulada Galáctica (Reimaginada). Ha sido una grata sorpresa, pues no esperaba ni que fuese una gran serie ni que fuese nefasta, tan solo un entretenimiento para huecos libres, trayectos de autobús, etc.

Pero algunas secuencias han resultado ser verdaderamente sorprendentes, con textos como este, que me recordaba tanto al celebérrimo monólogo (Lágrimas en la lluvia) de una de mis películas preferidas, Blade Runner.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo; como lágrimas en la lluvia.., Es hora de morir.

En este guiño más o menos obvio a esa escena, el cylon (equivalente a un replicante), se marca un monólogo fantástico que quería compartir en este diario, quizá porque yo mismo lo he pensado tantas veces como para pensar si no seré uno de ellos.

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La Central

Entrar en La Central, la librería de Callao en Madrid, no la de Barcelona, es una especie de sueño. Pero es tanta la información que me abotarga, que me hace sentir incapaz de asimilarla toda, me acompleja… pero no tanto como para no enfrentarla, poco a poco… cuando mis bolsillos puedan.

Me encantan sus laberínticas salas y la especialización de muchas de ellas, dedicadas a la teoría de la literatura, o la obra de OuLIPO en francés… jo, ¡pero es que no puedo leerlo todo! ¿Querría? Bueno, hay secciones que no me interesan lo más mínimo, no sé porqué, pero de repente paseando por ella, con mis padres, esta tarde, me he encontrado con una sección de libros de cocina de lo más insulsos, así como otra, junto a un futbolín, de libros de deportes. Ninguna de ellas me ha atraído ni mínimamente, salvo para comprar algún regalo a alguien o valorar el hecho de que estén luchando con uñas y dientes por mantener un negocio difícil como una librería.

Tengo en mi móvil, en mi flamante smartphone, una lista de libros pendientes de adquirir, y más de la mitad están en La Central… pero no puedo. ¡Ay, qué dolor!

Hoy he disfrutado y alguno de estos días me acercaré a leerme alguno de sus pequeños libritos que cuestan más de 15 euros y que puedo leer en un ratín. ¿Será tramposo? No creo. No me siento mal por hacerlo… supongo que es una moral muy relajada, pero es que aún está de vacaciones mi censor.

Limpieza general en red social online

He vuelto de unas largas y merecidas vacaciones (parafraseando a un periodista en un telediario emitido «dentro» de la película de Fernando León de Aranoa, titulada Barrio).

Y una de las cosas que más me ha calado es la necesidad que tengo de estar apartado de algunas «malas vibraciones» o algo así, que, en ocasiones, acarrean las redes sociales online. También las offline, es decir, aquellas de toda la vida. Pero es mucho más sencillo hacer limpia en las primeras, así que he comenzado a erradicar de mi muro aquellas publicaciones que me recuerdan lo mal que estamos.

Sé que hay crisis, pero deseo rodearme de pensamientos más constructivos, más positivos, más optimistas… que el pesimismo ya lo pongo yo solo, sin ninguna ayuda extra. Hace un año decidí dejar de leer la prensa por estos mismos motivos, y con muchas dudas, lo reconozco, pero estaba volviendo a caer en esos mismos «vicios» con la lectura de las noticias que otros publican en FaceBook.

Hoy, he pasado un buen rato limpiando el muro de estas cosas… no quiero ver determinadas cosas… aunque me suma en la ignorancia.

O quizá tenga tiempo para conseguir escapar de la misma.

Hipocresía

Mi madre me enseñó el cómo.
Mi padre me enseñó el para qué.
Mi hermana me enseñó el cuándo.
Y me hice un verdadero experto.

La última vez que fui excesivamente
sincero
tuve serios problemas
o mejor dicho
los ocasioné.

Procuro ser sincero en la medida
de las necesidades
de las necedades
de las edades
de las es
que son
son son
y cuando dejan de ser
mueren.

Procurar ser sincero
es un indicio
es una prueba
de que no se es.

¿Quieres que te diga la verdad?

¿Seguro?

Llevo horas vaciándome

Desde hace horas
estoy vaciando
algunas carpetas
de mis discos duros
eliminando
(previa revisión
y grabado a un soporte externo sólido
como puede ser un DVD-R)

aquellas cosas que ya no necesito
y no creo que vaya a necesitar
después de haber estado
en el olvido
durante 10 años.

Hoy sentía la necesidad imperiosa
de hacer sitio
de hacerlas desaparecer
como si ello fuese a ventilar mi estancia
y dejase entrar aires nuevos
con los que respirar
frescor.

nublado otra vez

mi corazón
mi ánimo
mi hígado
todo mi cuerpo
parece estar nublado
otra vez

una bata blanca cubre el cielo
una rata de viejo pelaje
acaricia mi ombligo

la hipótesis de los cinco minutos
me tiene desconcertado
cautivado

un ramo de rosas rojas
en el horizonte de una mirada que se pierde

un horizonte nublado
otra vez

el futuro es esperanza del presente
dicen
y el pasado recuerdo del presente
y el presente
no existe
más que en esta frase que asegura
un continente
nublado
otra
vez

mi dedo hurga en mi oreja
con rabia contenida
buscando una explicación
que me ayude a entender
el país que me rodea
el país
más nublado que nunca
desde que lo puedo recordar

la niebla
se confunde con nivolas
y las nivolas con nubes
y las nubes
níveas
núbicas
jovenzuelan
aranceles
a la puerta podrida de mi fortaleza

muescas en la corteza del pan
cloruro sódico tóxico
sacarosa o fructosa defraudando al personal de las redes sociales
y un poco de trigo
convertido en harina
se eleva hasta formar un humo albino
sin la tristeza de la noche

el teléfono
no me atrae
con fuerza suficiente
y tengo que hacer una llamada
pero quería esperar a que pasase esta pertinaz crisis
de espíritu
nublado
muy nublado

Esto no es una broma