Qué hacer con la basura

basuras
Hay huelga de barrenderos.

Sí, es algo obvio, incluso para quienes no leen la prensa. Se habla poco de ello en redes sociales, poco para lo que de verdad afecta.

Y es obvio porque lo tenemos delante de nuestras narices. Bajo nuestras ventanas. Ahí están, las basuras, recordándonos que somos una civilización despilfarradora hasta la extenuación.

Tiramos tantos desperdicios que se diría que no somos capaces de aprovechar ni la mitad de lo que adquirimos. Lo sabemos, pero pocas veces queda tan de manifiesto como cuando, después de una huelga de menos de 2 días (quizá ya durará más) las basuras de la ciudad se convierten en una seria amenaza para la salubridad urbana.

Con la revolución del paso del neolítico al establecimiento de las ciudades, se llevó a cabo un proceso de especialización, del que todavía estamos en los inicios, al paso que vamos. Se comienzan a apreciar los problemas derivados del extremismo de la especialización y esto es acuciante en las ciudades, donde el grado de formación específica nos convierte en unos analfabetos funcionales en la mayoría de las áreas que consideramos que no nos corresponden.

Hoy leía un artículo de wikipedia sobre la separación de las artes liberales en quadrivium y trivium y lo hacía de esta forma:

Trivium significa en latín «tres vías o caminos»; agrupaba las disciplinas relacionadas con la elocuencia, según la máxima Gram. loquitur, Dia. vera docet, Rhet. verba colorat («la gramática ayuda a hablar, la dialéctica ayuda a buscar la verdad, la retórica colorea las palabras). Así comprendían la gramática (lingua -«la lengua»-), dialéctica (ratio -«la razón»-) y retórica (tropus «las figuras»).

Quadrivium significa «cuatro caminos»; agrupaba las disciplinas relacionadas con las matemáticas, según la máxima Ar. numerat, Geo. ponderat, As. colit astra, Mus. canit. («la aritmética numera, la geometría pondera, la astronomía cultiva los astros, la música canta»); Arquitas (428 a. C. – 347 a. C.) sostuvo que la matemática estaba constituida por tales disciplinas también. Se estudiaba así la aritmética (numerus -«los números»-), geometría (angulus -«los ángulos»-), astronomía (astra -«los astros»-) y música (tonus «los cantos»).

Pero hay una separación previa y quizá más importante, que es la que se da entre Artes Liberales y Artes Vulgares, también llamadas serviles.

Desde hace un tiempo se nos ha inculcado la cultura del trabajo servil, en la que hemos ido adquiriendo como valor positivo el conseguir una habilidad en el manejo de una de estas artes serviles, importando cada vez menos las artes liberales.

Es posible que en estos tiempos la diferencia entre las artes no esté tan clara y que hayan aparecido otras que no sabría dónde clasificar, pero lo que es evidente es que sigue habiendo un interés notable en que no perdamos de vista la necesidad del trabajo para conseguir el pan.

Y sin embargo es una falacia. No deberíamos aspirar a trabajar servilmente, a trabajar en artes más o menos funcionales, puesto que la revolución industrial y su hijita la revolución tecnológica se están encargando de demostrarnos que somos más que sustituibles por máquinas que realicen trabajos mecánicos. Y no habría que verlo como un problema, sino como una posibilidad de verdadera liberación, una forma de alcanzar una vida mejor, un ser humano centrado en la poesía, en las matemáticas puras, en la retórica por el placer de la conversación, en la búsqueda de la felicidad y no en la búsqueda de una subsistencia que nos han conseguido convencer para que creamos que es el fin último de la existencia.

Se me ha escapado un impersonal: Lo siento. No tengo claro quienes son los que han conseguido convencernos, está claro que hablamos de «los ricos y poderosos» o la iglesia o los políticos o los bancos… vaya, simplezas, pero no sé realmente quienes son ellos.

Con la especialización, que comencé mencionando al principio de esta entrada ambiciosa y dispersa, hemos ido fabricando una cultura de esclavos, de siervos cuyo mayor objetivo es hacer bien su trabajo. Sí, dicho así suena verdaderamente patético.

Y en lugares como las ciudades, donde esa especialización se ha convertido en la base de la sociedad, permitiendo que unos ensucien para que otros limpien, que unos se encarguen de la gestión de residuos, pero solo de un tipo de residuos, mientras otros se encargan de la publicación de periódicos, otros de la comercialización del pan, otros de la gestión de los recursos de la ciudad asignados a medio ambiente, etc… en esos lugares, la fractura de una de esas tareas, la interrupción de una sola de esas pequeñas tareas, colapsa el funcionamiento normal, equilibrado (en un claro equilibrio inestable) del urbanismo y la convivencia asociada.

Todo se viene abajo si un solo ladrillo, más o menos fundamental, se rompe. Y se planta cara a esa inestabilidad subyacente a este falso status-quo en el que pensamos, ingenuos, que españa va bien. (Más allá de la crisis)

Y es que hemos ido trenzando una interdependencia, llamémosle matricial, que nos hace fundamentales los unos a los otros, pero sin darnos cuenta, casi como si no fuese importante lo que hacen los demás, como si todo trabajo que no fuese el propio fuese motivo de desprecio. Es lamentable. Al menos, yo lo lamento.

Pero, volviendo al tema (caso de que este blog y esta entrada en concreto tenga alguno), lo pone tan de manifiesto una pequeña huelga de barrenderos que es pasmoso, es indudable: el mundo puede colapsar tal como lo conocemos si esas reglas se rompen, si esas dependencias se cambian. Las huelgas sectoriales son muy eficaces, pero tenemos que superar el rechazo que genera en la opinión pública esa molestia que supone que el trabajo de otro, habitualmente menospreciado, sea interrumpido.

Por largar otro posible camino para este artículo, me gustaría saber o tener fotografías de barrios «pudientes» donde seguramente las basuras pueden estar siendo retiradas por empleados privados para que no se noten las molestias derivadas de la huelga. No sé por qué estoy convencido de que no habrá tanta basura en las calles de La Moraleja.

Y es en esto donde el modelo neoliberal se pone tan en evidencia, en ese injusto reparto de privilegios, que justifica a muchos a considerar beneficioso para ellos el apostar por esas propuestas de descomposición, privatización, mercadeo, de todo lo que está siendo gestionado por las administraciones públicas (sanidad, limpieza de zonas comunes, educación, infraestructuras de transporte, de telecomunicaciones…).

Es viendo la basura bajo la ventana cuando uno puede darse cuenta de lo que nos espera si seguimos por este camino.

¿Tendremos dinero para poder pagar nuestras propias necesidades? ¿Deberemos dejar de considerar necesidad a cosas como la salubridad ambiental, la higiene, la salud física, la educación básica, la defensa de nuestros derechos¿

Demasiadas reflexiones yuxtapuestas en un solo día. Me temo que no es muy pragmático, pero siempre he sido poco útil, poco servil… ¿o no?

De mi maestro: Jose Eugenio Vicente Torres

Mi querido amigo y maestro, en su día de Teatro, después de vida, de quien aprendí tanto como para afirmar que le debo más de lo que podré pagarle nunca, ha escrito este texto que no puedo resistirme a publicar.

Maravillosamente redactado, este texto, como otros que me llegan últimamente, reflejan un sentir común, un malestar que lleva y conduce a depresiones, a insurrecciones, a desalientos, a las armas… contra uno mismo o, en breve, contra otros. Algo se cuece y las burbujas son solo una expresión de que la ebullición cambiará el estado físico de la materia.

Metro de Madrid y la solución final

A principios de año, Metro de Madrid lanzó una campaña publicitaria en la que nos mostraba, que por un importe muy bajo del precio del billete, teníamos acceso a uno de los mejores metros del mundo. Tan atrevida fue la campaña que incluso se comparaba con los precios de otras ciudades del extranjero. El resultado fue lamentable, ya que algunos usuarios a golpe de rotulador marcaron los sueldos mínimos de cada una de las ciudades que aparecían en los carteles, desnudando una verdad algo vergonzosa.

Poco después, la estación de estaciones, la que aparece con un recuadro en los mapas y en negrita, dejo de llamarse por su nombre para rebautizarse a golpe de talonario con el nombre de un teléfono móvil. Los politicastros de turno alabaron la iniciativa por los ingresos extras que ello motivaba a la compañía y en beneficio de sus usuarios. Mi pensamiento se dirigió a los hijos de estos personajes ¿Cuántos de ellos disfrutarían de las excelencias de aquel teléfono regalado por sus papás? ¿Cuántas cenas y cuánto dinero se desviaría a bolsillos sedientos de sobresueldos?

En la actualidad, la forma de pago del billete sencillo ha cambiado, encareciéndose según las estaciones que recorras, se han cerrado accesos de entrada y se han reducido tanto el horario como el número de trenes. No me es grato y creo que a nadie le hace ninguna gracia ir apelotonado con desconocidos, al tiempo que vemos en las pantallas de dichos vagones, un metro idílico, medio vacío, con asientos libres a elegir.

Salir con tus hijos a un andén abarrotado de gente, en el que unos niños pequeños se pierden en la espesura humana. Esto me hace pensar que esta pandilla se ha inculcado bien la idea de los nazis, del máximo rendimiento al menor coste posible ¿Qué más da que vayan unos encima de otros? También pienso en el presidente del gobierno y en su alabada “Gran masa silenciosa” Ahí la tiene, todas las mañanas y todas las tardes. Me gustaría que se presentase un día en uno de los vagones a rebozarse entre nosotros, para que sienta de verdad a la masa que tanto admira. Algún día la maldita oposición llegará a gobernar y no realizará ningún cambio “En este país lo que está, está” Se culpa al anterior gobierno y aquí no pasa nada. En estas, un grupo de chavales dice “Basta” y cometen el gran descaro de colarse. En seguida son tachados de terroristas, nada más y nada menos y el metro se viste del azul de la policía que golpea al que protesta. Los medios de comunicación satanizan a estos jóvenes para que las fuerzas de seguridad nos libren de tan mala influencia, y Madrid sigue siendo la capital de la España de la resignación. Aunque se haya ido Aguirre seguimos sin esperanza.

Lo que hago por dinero

Hago pocas cosas solo por dinero, pero con esto de la crisis (= el miedo a no tener dinero) estoy aceptando alguna cosa que no haría si no fuese exclusivamente por dinero.

Una de ellas (la única que recuerdo ahora mismo, de hecho) es darle clases particulares a un par de hermanos en las cercanías de la plaza Mayor. Me viene estupendo, porque pagan bien y estoy cerca de casa, tan cerca que el tiempo que tardo en desplazarme a/desde su domicilio al mío casi no lo tengo en cuenta. No es que sean mala gente, es que tienen un serio problema de actitud: me ignoran y me tratan como si fuese su criado (en el peor de los sentidos).

Procuro ignorarlo porque lo único que hago es pensar que me llevo mejor con la sumisa filipina que me trae el agua para que no tenga sed mientras les doy la clase en una habitación tan indecorosamente decorada con derroche de oro y plata, rancia como mansión de castellano viejo, de fortuna hecha con sudor ajeno, apestosa indecencia de ostentación arcaica.

Mientras, espero que pase el tiempo, unas 2 horas durante las que, de cuando en cuando, intento granjearme, ya no su amistad, sino cierto respeto y trato coloquial simultáneamente.

Pero ayer, hablando sobre la mucha gente que seguro que hay en la zona en Navidades, me responde el mayor con su altanería habitual:

Desde que han abierto la estación de cercanías de Sol, vienen gentes de Parla y Móstoles y así. Ya ves, se compran pisos en esos pueblos baratos y no tienen nada mejor que hacer que venir a Plaza Mayor a pasar la tarde en Navidad.

Le habría soltado una hostia si fuese violento. Le habría dicho que era un imbécil imberbe posiblemente homosexual reprimido, aunque esto no tenga nada que ver, y que más le valdría aprender a tener que ganarse la vida por su cuenta hasta darse cuenta de lo que es poder venir a pasear por el centro de Madrid y desahogarse de una vida en la que una tarde sin tener que ir a trabajar era algo lujoso de por sí.

Apunté sus frases literalmente en el cuaderno que llevo a la clase, para no olvidarlas. Pero no dije nada.

Me sentí un kuntakinte perdiendo completamente, no ya un dedo, sino el orgullo, la dignidad. Y tuve que acordarme muy mucho de que me viene bien su dinero. Recordé lo poco que me esfuerzo durante esas clases con ellos, y en especial con este, por que avance en su comprensión de las potencias, por la poca energía con la que gano un poco de dinero… aunque también desgastan estos silencios forzosos.

Cada semana valoro si haría o no esas clases. En cuanto tenga un par de alumnos más, buscaré una excusa, lo sé, para dejar de darles clase. Seguro que no soy el primero ni seré el único en una serie de tutores que no están dispuestos a ser tratados con tal indulgencia, con esa actitud de presunta superioridad en la que creen estar a salvo.

Y pienso en gillotinas.

Y pienso que da igual cómo le dé las clases, que sus padres se asegurarán de que tengan un futuro prometedor como líderes político-económico de este país, que sus padres harán que sus vidas sean tan sencillas como para no tener que pensar en viajar apiñados en un transporte público de masas para visitar, tomándose tan solo un bocata de calamares, un lugar inaccesible como es el centro de esta ciudad, una tarde de las fiestas navideñas.

Por una vez, eso sí, empaticé con esa costumbre que siempre aborrezco de venir al centro por esas fechas, empaticé con esa gente, me sentí esa gente, me sentí gente… y me alegré.

Un fin de semana largo

Exposición de Elias Arriero en el ChambaoHa terminado un largo puente de tres días, que en realidad no era un puente, que se supone pasa sobre algún día no festivo a modo de arcada, sino una extensión de la vacacionalidad de los dos días del fin de semana (sin tener en cuenta a quien trabaja sábados, pues tendría que tener en cuenta a quien trabaja domingos o, incluso, a mi cuñada, que trabajó el viernes).

En realidad terminó hace algunos días, más que ha terminado. Terminó denota una acción que ocurre en el pasado más alejado del día de hoy, o ayer… pero esa lejanía es subjetiva, así que su uso podría bien haber sido ha terminado.

Volviendo al tema… si es que este blog tiene alguno… diría que fue extraño.

Me divertí, varias veces, tanto el viernes, con mi amada Carmen, haciendo lo mínimo que necesito para ser feliz con ella, siempre tan fácil.

Me divertí también el sábado, comiendo con Mayte y su chico, al que he regalado (regalé) toda mi colección de CDs de Extremoduro. Les hicimos de comer comida rica, rica y con fundamento. Un delicioso primer plato de brócoli con bacon, ajitos, queso fundido y pimienta y un segundo plato de chuletas de aguja de cerdo (que son baratitas) con una salsa de cebolla caramelizada con mermelada de naranja al orujo. Fruta, helados y te, chupitos y, lo más importante, una fluida conversación.

Me divertí mucho, pero mucho mucho, en la noche del cumpleaños de mi amiga Aída, mi querida amiga a la que estoy empezando a echar de menos. Me reí como hacía mucho tiempo que no lo hacía, con su amiga Sofía, con un amigo llamado Sergio, que me contó el chiste más simple que he oído en años y, por ello, uno de los más divertidos y que dejo aquí para que no se me olvide:

-¿Qué sonido hace un gato borracho?
– …
– Mahou

Me divertí el domingo, también tenía otro cumpleaños. Nuestra amiga Simona celebraba una fiesta con intención de hacerla al aire libre (tipo picnic) y hubo de ser modificado el plan sobre la marcha, llevándonos a casa de su amiga Valeria. Fue divertido, muy «creativo», con ese estilo de fiestas laborales en las que hay que trabajárselo, como si no fluyera si no es gracias al ingenio creativo de los presentes, que no deja de ser desbordante: cantamos juntos, compusimos juntos, poemamos juntos… hablar menos, pero apenas nos conocíamos, así que igual… bueno, a mí personalmente me gusta más dejar que fluya lo que deba fluir, porque seguro que fluyen apasionantes conversaciones interpersonales. Pero no es su modelo, así que…

Y también era otra especie de cumpleaños-despedida: Simona, profesora y coreógrafa de danza contemporánea, ha decidido dejar Madrid para irse a vivir a Ginebra, Suiza. Es comprensible, sabiendo que aquí a duras penas puede subsistir y allí por aportar algo a la cultura de la ciudad, es remunerada con más de mil euros.

Ayer recibí un email de una de mis alumnas, una chica llamada Dolores que se va a vivir a EEUU, por amor, sí, por amor, pero no pude evitar sentir un pequeño dolor por dentro: 3 despedidas en 3 días. No le respondí un entusiasta grito de alegría, pero no podía hacerlo. No quiero que se vaya mi entorno.

Sé que de las tres amigas mencionadas hay motivos diversos que empujan a pensar que se habrían ido de no ser porque este país es cada vez más convexo: Aída y Dolores por amor, Simona por morinha de su tierra natal.

Pero no es del todo cierto.

¿Si en este pueblo las cosas estuviesen envidiosamente bien, acaso las parejas respectivas de Aída y Dolores no desearían venir, en lugar de pedir que se vayan ellas? ¿Simona no seguiría intentando animar con sus propuestas la inerte cultura de esta villa si se lo pusieran un poco más fácil?

Y después de tanta diversión, de tres días de desenfreno, me quedó, sin embargo, un triste sabor en la boca del estómago, un sentir que se desmorona algo delante de mis narices, que la vida se me rompe un poco, que habrá que reivindicar la movilidad e ir a ver a todos los emigrantes, que algo ha cambiado, ya no en esa macroeconomía más o menos alejada del sentir, sino claramente en esas pequeñas parcelas cotidianas de irse a tomar un café, o unas cañas, y no saber con quién.

Quedará gente después del éxodo, este que continúa sangrando España, pero la pregunta que hoy me hago es ¿Quién?

La guerra civil española

se quedó a medio hacer.

Este país necesita que se acabe por violencia lo que por violencia se impuso: Dictadura de 40 años, transición y monarquía acordados desde los peldaños ocupados por el régimen del extinto FF.

Me temo que no habrá paz para los malvados.

No habrá paz. No la hay. Vivimos una guerra social casi como si la hubiera escrito un tal Karl.

Ayer se vieron escenas de una represión prebolchevique, como las cargas de los lanceros de Nicolás II.

Leo sobre el Domingo Sangriento y me doy cuenta de que nos vamos acercando a ese momento, a ese crucial instante en el que una revolución es la única salida para acabar con un régimen pseudodictatorial y me acuerdo de mis conversaciones con mi amigo Ulises que siempre critica el régimen cubano por represor… y este régimen, aún sigue pareciéndole democrático?

Sé que no estamos aún en las mismas condiciones que Rusia en 1905. Es más, nunca lo estaremos porque el tiempo no es cíclico y, al mismo tiempo, repetimos patrones. Toda revolución implica violencia. Esto es algo que no solo afirmaba y casi demostraba Troski en un estupendo ensayo sobre las revoluciones titulado Historia de la Revolución Rusa. Y sacado de ese libro es la foto que acompaña esta entrada de este diario que había intentado mantener alejado de lo puramente contextual.

Pero no es posible sustraerse a lo que ocurrió ayer. Será historia, incluso, Historia. Y no estuve.

Pasé y aguardé unos minutos de rigor, durante la marcha que se venía acercando desde plaza de españa al congreso, pero no me quedé: tenía que impartir una clase a un alumno con vistas a la plaza mayor. Es de los del otro lado. De los que ganaron la guerra. Y me contrata para demostrarme su poder… no… no debo pensar así.

Cuando salí eran cerca de las 21:00. No sabía si ir hacia allá, o regresar a casa a encontrarme con mi chica. Llamé a un par de amigas para ver si podía ir acompañado a la manifestación o concentración. No localicé a nadie. No quise ir solo porque me daba miedo. Lo reconozco. Uno de mis máximos temores son las masas de gentes. Aborrezco la irracionalidad que parece necesaria para que un colectivo permanezca unido. Detesto la simpleza a la que se reducen las cosas para aglutinar diferentes opiniones, ese máximo común divisor que es tan pequeño que acaba por ser ridículo. No soporto el insulto, el abucheo vacuo, la descarga de adrenalina que supone sin generación de acción. Y la acción que, alguna vez, se produce, suele ser violenta, porque no queda otra.

La acción violenta, ayer, fue en respuesta a la siempre violenta represión policial, no siempre legítima, abusiva en gran parte y muy politizada en otras ocasiones, como ayer: pulso del gobierno contra la oposición popular, no la oposición partidista que no es verdadera oposición pues en lo esencial coinciden.

Acción violenta hace falta. Mucha falta.

Yo no lo haré, no puedo, no quiero. Pero sé que hace falta.

Ayer pensaba que una violencia más estratégica habría sido delinquir en múltiples lugares alejados del congreso simultáneamente a los actos más violentos de la policía. Delinquir de cualquier modo, aunque preferiblemente con aquellos delitos que no afecten a otros trabajadores o compañeros de esta lucha social, casi de clases que se está entablando: botellón, porros, carreras incontroladas de gente por las calles, cortes de tráfico en diversos puntos, asaltos a edificios más o menos emblemáticos: bancos, oficinas de empleo, administraciones públicas en general… de manera que la policía no pudiese estar en varios sitios a la vez.

Esta crispación acabará mal. No tiene otra forma de terminar. El adormecimiento parece haber empezado a disolverse, como bruma ante el sol.

¿Qué pasará ahora?

Disfrutando de la Globalización


Ayer comí con mi amiga querida
con Sylvia, de Toulouse,
en un restaurante oriental
en el que se mezclaba cocina japonesa
con china
y vietnamita
(con un vino blanco de la Ribera del Duero)
y pagamos en Euros
hablando en español
para luego quedar con mi otra gran amiga
Aída (B.)
y tomarnos un Spritz Aperol
en un café italiano a menos de 50 metros de mi casa.

Recordaba Verona
como si lo estuviese paladeando
y cómo le había dicho a Carmen
que era un poco menos significativo viajar
desde que la globalización campa a sus anchas por el mundo
porque encontrar Aperol a 50 metros de mi casa
o pasta a la albahaca
como la que hice ayer para cenar
se había convertido en norma
(normal)
y se apreciaba algo menos al estar en otros países.

Quizá ha llegado el momento de pensar
si tiene sentido viajar
pero, sobre todo,
si tienen sentido las fronteras.

Tío Pepe

Que lo quiten, que lo quiten…

Dicen por ahí que el cartel del Tío Pepe es un símbolo de Madrid, de los madrileños y ni siquiera pienso desmentirlo, pero quizá sí cambiar el tiempo verbal: fue.

Era un símbolo del Madrid de la diversión basada en un bar (-eto) en el que mojarse el gaznate con un manzanilla baratito, mientras se fumaba un cigarrito con un bocata de calamares más o menos grasiento.

Hoy encuentro un Madrid bien distinto, donde la diversión se basa en locales (de diseño) cool que abren sus puertas con seguratas en las que consumir un cóctel más o menos luminoso acompañado de una minitosta de paté de ricacholuá con mermelada de pastiche caramelizando una pieza de sandía de la Martinica, midiendo todo ello la friolera de 2 centimetros cúbicos, todo light, todo guay, todo koooooool, todo i-Pollas.

En este Madrid que veo cada día, vintage (=falso), new age, hipertecnológico, no veo otro símbolo mejor que una manzanita blanca de esas del difunto Jobs.

Y si no nos gusta, quizá deberíamos pensar en qué tipo de madrileños (y madrileñas) queremos ser. Es momento, como todos, para la reflexión… y, de paso, por qué no un poco para la lírica…

Pijerío

Sin entrar en detalles, para que nadie se dé por aludido ni ofendido…

Hay pijos.
Hay quien sublima lo pijo.
Y quién sublima la sublimación.

Me siente muy próximo a estos últimos. No llevo muy bien a los segundos y a los primeros no los aguanto. Pero el pijerío campa a sus anchas por la postmodernidad.

Extraído de una página de retrospectiva de la obra de Alex de la Iglesia en Donosti:

En el año 2012 el mundo está dominado por pijos y niños bonitos. Sólo un grupo de minusválidos físicos llamados «Acción mutante» lucha contra el sistema, para acabar con la sociedad que les ha marginado. Yarritu, el líder, vuelve de la cárcel con un magnífico plan: secuestrar a Patricia, hija del señor Orujo, industrial, millonario y famoso. Tras algunos tropiezos, la operación es un éxito. El punto señalado para la entrega será el bar «La Mina Perdida», en el planeta Axturias, remoto paraje habitado solo por mineros. En el trayecto, a bordo de su nave espacial, la envidia y la traición harán que los héroes se enreden en una lucha fratricida de la que solo se salvarán los más fuertes.

[youtube_sc url=http://youtu.be/6wS_7UokU0Y]
Accion Mutante (fragmento)

Unas fotos en el metro


Ayer disfruté de un rato de espera en el metro.

Al principio enfadado porque había perdido uno nada más llegar al andén
pero luego aprendí a disfrutarlo, en este caso,
fotografiando pequeños detalles
con mi teléfono móvil
mi viejo teléfono móvil
que sigue haciendo unas fotos dignas
de ser conservadas en este lugar o en algún otro
aunque no sean de gran resolución
ni pueden ser impresas con alta calidad
pero pueden ser una maravilla
si la mirada abre las puertas a la imaginación
y esta sí que no entiende de resoluciones
ni píxeles
ni profundidad
porque no tiene límites.

Ayer disfruté de un regalo
de tiempo
en el que no podía hacer otra cosa
que mirar
mirar
mirar
..
..
..

Mi vida es parcialmente sedentaria

Recuerdo que mi padre
venía de trabajar
en una oficina
bastante tarde
por la noche
y yo ya estaba acostado
cuando vivíamos en Mesón de Paredes.
Alguna vez
llegaba antes
y salíamos a pasear
y creo recordar la calle Argumosa,
un paseo por la Ronda de Atocha
y tomar un aperitivo que solía consistir
en un trinaranjus de naranja o de limón
con una aceituna dentro pinchada en un palillo
en un bar que se llamaba Aquilino o
El Aquilino.
Mi padre se tomaba una caña y mi madre un bitter kas.

Esos días eran especiales.
Caminábamos de la mano
con mi madre y mi padre en el centro,
yo de la mano de mi padre
y mi hermana de la de mi madre
ocupando la acera
por la que no recuerdo que hubiese
mucha gente.

Cuando empezamos a vivir en Colmenar Viejo
a donde fuimos para respirar el aire puro
salíamos a pasear hasta el cuartel de la guardia civil
pero no había ningún sitio en el que meterse
a tomar un trinaranjus
(salvo alguna vez en el bar juanito que era un primo lejano de mi padre).
Cuando arreciaba el frío
la noche cerrada y las calles
desérticas
no invitaban
a pasear
y nos quedábamos en nuestra casita.
Fui creciendo
hasta que no quise,
como buen adolescente,
hacer lo que ellos querían hacer
y no quería salir
sino quedarme en mi habitación
encerrado,
con la persiana permanentemente cerrada,
leyendo y escribiendo
escribiendo, jugando y leyendo
leyendo
y leyendo
hasta que mis padres se preocuparon
porque no era proclive a relacionarme
con nadie de mi edad
ni de ninguna otra edad
si no jugaban ajedrez o podían hablar
de mecánica cuántica
o del origen del ser
y fui,
entonces,
álgidamente sedentario.

El tiempo que pasé en Colmenar
lo viví huyendo de Colmenar
(sin que me disgustase)
primero de manera interior
y,
después,
ya abiertamente
cuando conocí la universidad
que me abrió al universo
y al verso
y había gente que sabía jugar ajedrez
mucho mejor que yo
y hablaban de mecánica cuántica
mucho más que yo
y del origen del ser
y del no ser
y aprendí a jugar al mus
y a besar
y a abrazar
e,
incluso,
a emborracharme
como si fuese un adolescente trasnochado.

Pero me eché una novia
llamada Marta
que vivía en Alcobendas
con una familia asentada y sedentaria
que pasaba mucho tiempo en su casa
y no salíamos de su casa
muchos sábados
ni para tomar un trinaranjus
y acabábamos
metidos en un coche
en un polígono industrial
en el asiento de atrás
conociéndonos
y dándonos cuenta
de que no éramos el uno
para el otro.

Salvo las excursiones
o acampadas
que hacíamos a lugares maravillosos
como las montañas cántabras y astures,
pirenaicas, penibéticas y algunos
lagos naturales
apenas sí caminábamos
pues íbamos a todas partes
en coche
cuando íbamos a alguna parte.

Y comencé a vivir en Madrid
en pleno centro de Madrid
cerca de un millar de cines
que han ido cerrando
para reconvertirse
en franquicias de tiendas de ropa
de moda.

Hice cursos de Teatro y descubrí una gente
maravillosa
como montañas
lagos
lunas
soles
y otros fenómenos de la naturaleza
que me enseñaron
a abrazarles
desde el fondo de mi alma
a quererles
como si fuesen mi familia
porque me enseñaron
a quererme
desde el fondo de mi alma
a aceptarme
como parte de mi familia
y salíamos
a beber
y comer
(en Lavapiés, cerca de donde había nacido)
buscando El Aquilino
y recordaba que cerca de este bar
había uno de esos postes tricolor
en espiral de azul, blanco y rojo
que indicaba que había una peluquería
masculina a la que me habían llevado alguna vez
y también recuerdo que sostenía la hipótesis de que
eso de cortarse el pelo debía de doler.

Salía y salía y lo intentaba compatibilizar
con una vida estable
sedentaria
de oficina
en entornos serios y profesionales
donde todo el mundo
estaba sentado todo el tiempo:
llegaban en coche (autobús, en el mejor de los casos)
pasaban el tiempo sentados en sus respectivos puestos de trabajo
excepto si se reunían, que era con frecuencia,
para sentarse alrededor de una mesa grande
y fumar puros
hasta la hora de irse a casa
en coche, naturalmente
agotados
para ver la televisión
o conectarse a internet
desde un sillón o sofá que yo, intencionadamente, no tenía.

Salía y salía y veía que aquello no era compatible
con lo otro.
Debía elegir.
Y elegí:
Mi vida, ahora,
es parcialmente sedentaria
pues paso varias horas entre un lugar y otro
caminando
en medio de una gran ciudad
respirando aire impuro
aún no privatizado
para ir a dar mis clases particulares
por las que gano más bien poco dinero
teniendo en cuenta el tiempo que empleo en desplazarme
caminando
de una a otra
y yendo a los cines que cada vez están más lejos
caminando
para llegar a los lugares y sentarme.

Con el paso del tiempo
y el encuentro de un amor increíble
y una pasión que motiva toda acción
como es escribir
y leer
en una habitación sin persianas
y en cafeterías
preocupándome por llegar a fin de mes
y por alguna que otra molestia física
(digamos que propia de la edad)
he dejado de buscar El Aquilino
y ha dejado
de darme miedo
vivir la vida de mis padres.

Esto no es una broma