Hasta el suelo
a mis pies
se ríe de mí.
Detalles
Jamones
Comer jamón debajo de esta «decoración» del techo parece algo excesivo, pero no fue óbice para que ayer, después de descargar la enésima copia de seguridad de las web que administro, me bajase a comer a un sitio en la esquina que está así decorado y cuya bandera es parecida a la extremeña, pero también comparte colores con la palestina y otras de países o regiones de Oriente Medio.
Curioso que los colores no entiendan de estas cosas. A los colores les da completamente igual el «mandamiento» de no comer cerdo.


A este mundo le sobran…
Una amiga publica esta imagen en una red social y no quiero contradecirla ni, mucho menos, enmendarle la plana (¡qué expresión!), pero me resulta bastante gracioso que un texto que dice que «a este mundo le sobran opiniones y le faltan abrazos« se quede tan pancho ante tal paradoja: esa afirmación es una opinión. Opinión con la que puedo estar completamente de acuerdo, aunque sobre mis opiniones ya he escrito en otro sitio… más y mejor.
Ni que decir tiene que también me resultó algo molesto (quizá sobre ese «también») el punto tras «se equivoque», y las mayúsculas sin otro sentido que el de comenzar la línea, como si lo hubiese escrito alguien que no sabe evitar que se autocorrija el editor.
Cuando alguien se equivoque, abramos más los brazos que la boca: a este mundo le sobran opiniones y le faltan abrazos.
Pero me gusta la bicicleta y la pared de tres tonos de rosa, amén de la tipografía, que podría calificar de «femenina», si es que eso tiene algo de sentido.
Agua
las gotas ocultan
sus formas
sinusoidales
dejando ver la sombra
imposible
de su transparencia
rota
unas impurezas
convierten la inocencia
del líquido elemento
en mar de átomos absortos
territorios aislados
islas de agua
rodeadas de sequedad
penínsulas húmedas
continentes inundados
de posibilidades
las gotas ocultan
su inexistencia
Kukicha
La semana pasada decidí que no podía seguir sin teteras para los Talleres de Poesía y Escritura Creativa de Clave 53, a pesar de tener una pared carente de electricidad por una avería que seguramente resolveremos pronto. Así que pergeñé una mesita auxiliar con una enciclopedia que está empaquetada en una caja de cartón, la coroné con una tabla de un marco de conglomerado maderero para fotografías que no estoy utilizando y la ubiqué junto a un enchufe en la zona común del estudio donde sí que funciona la transferencia de electrones a través de un cableado apropiado.
Para estrenarla hice uso del té kukicha (en japonés: kuki=tallo, cha=té), así que perdón por la redundancia, del que he estado leyendo su origen e historia, más que (además) sus presuntas propiedades para la salud, que siempre parece ser lo que todo ser humano busca, incluso aunque no estén enfermos.
Lo habíamos comprado en una tetería llamada TeAna en la calle Labrador, 4, Madrid, cerca del metro de Acacias donde una mujer, llamada Ana, nos lo «vendió» estupendamente después, eso sí, de más de una hora de conversación.
Cuando lo serví, transmití la siguiente historia porque me tenía completamente cautivado pensar que era el «té de los campesinos pobres». Me pareció tan tierno que me hizo seguir haciéndolo toda la semana y repitiendo la misma historia. Es una pequeña delicia (de historia) aunque en cuanto al té, prefiero otros… Pero la narración y su descubrimiento no ha sido baladí.
El Kukicha es un té japonés un poco inusual, ya que está compuesto tan solo por los pedúnculos y tallos internos de las hojas. Comenzó como un subproducto de la producción del Matcha, el Sencha y el Gyokuro, cuando para obtener los tés de mayor grado se separaban los tallos de las hojas.
Fotografié esta pequeña muestra de lo que se infusiona para mostrar la diferencia con respecto a las hojas más o menos verdes que habitualmente constituyen lo que se denomina «té».
República Federal de las Alcantarillas
Esta es una fotografía que tomé el otro día en la Calle Alcalá de Madrid y que he remitido al grupo de Mensajes Ocultos en el Suelo de la Ciudad, que me hace, de cuando en cuando, mirar al suelo más de lo habitual y, sobre todo, con otra mirada, una centrada en encontrar extrañeza, en sorprenderme, no en asustarme, con lo que el simple y sencillo escenario en el que vivimos nos ofrece.
FIN
¿De verdad será el FIN?
Signo encontrado en la calle Alcalá de Madrid, que fotografié hace unos pocos días, publicada en el grupo de Facebook Mensajes ocultos en el suelo de la ciudad.
Me encantan las fotografías con «macro»
Es decir, aquellas fotografías en las que se activa la cámara especial para fotografiar objetos a distancias entre 2 y 5 centímetros del objetivo.
Pero no necesariamente para fotografiar aquello para lo que se supone que están pensadas estas cámaras, sino para obtener, como en la foto que acompaña esta entrada de mi diario, un borroso resultado con nitidez donde no se supone que debe estar.
Esta subversión de su función la convierte en un verdadero capricho para realizar tomas sin más intención que la de jugar a descubrir una visión diferente a la esperable, una mirada distinta sobre lo que, en ocasiones, llamamos realidad.
Fotografías de un monedero roto
Hacer fotografías de un monedero roto
sobre una mesa de disección
a modo de cirugía de Lautreamont
hace sangrar los ojos
del marco con el que se tomaron.
Las bicicletas no son para el otoño
Las hojas secas
mojadas por la lluvia
de la mañana.
Otoño duro
con sus brazos de barro
cubre mi frente.