Sobre la gratuidad y el amor al arte

Ya he escrito otras veces sobre la gratuidad en un artículo sobre contenido en internet, sobre software de código abierto, sobre espectáculos y muestras, e incluso en uno dedicado a la ley de oferta y demanda y su relación con la ley Sinde.

Por supuesto, no es un tema que piense por primera vez. Es más, casi diría que es una de mis obsesiones permanentes, si es que una obsesión puede ser de otro modo.

En mi proyecto Lejanías, incluí un texto específicamente dedicado al tema de la financiación, que procedo a citar completo aquí, para contextualizar lo que voy a decir.

Financiación

Lo he hecho por vicio, por puro vicio onanista. Podría decir que por necesidad o por capricho. Lo he hecho porque quise y de la manera que quise. Jamás pensé en reducir costes o en justificar gastos. Nunca pensé en su repercusión ni en su posible utilidad pública o social. Me llevó el tiempo que quise o el que le pude ir dedicando.

En algún momento me sugirieron hablar con el departamento de marketing de RENFE para contar con la compañia como patrocinadora, pero de alguna manera me resultaba contrario al sentido del proyecto: En primer lugar, no son los CERCANIAS los que nos mantienen cerca (ni lejos), así que el nombre y la referencia era sólo casual, aunque origina el proyecto; en segundo lugar, en varias estaciones tuve problemas de acceso para fotografiar e, incluso, escribir, sin autorización. Ahora, terminado el trabajo, no la quiero.

¿Por qué su gratuidad? ¿Es Lejanías un manifiesto en contra de la retribución del trabajo artístico o poético? Definitivamente, no. Contesto subscribiendo la frase de Isidoro Valcárcel Medina: El arte es una acción personal, que puede valer como ejemplo pero nunca tener un valor ejemplar.

Esto no es óbice para que me resulte interesante plantear una reflexión acerca de la subsistencia de los poetas y de su trabajo, que no veo mejor resuelto, hoy día, que en tiempos de Maiakovski. Parecemos abocados a vivir de la caridad institucional, de mecenazgos más o menos razonables (en ocasiones disacordes con la naturaleza misma del proyecto en cuestión) o a la autofinanciación más absoluta, lo que equivale a la desprofesionalización completa del artista o poeta.

Sé lo que es trabajar gratis, hacer donaciones a la sociedad del trabajo personal, como cuando la semana pasada organicé un Seminario sobre maquetación y autoedición, como cuando mes a mes coordino encuentros de lectura, recitales, etc…

Desde la Asociación Cultural Clave 53 estuvimos lanzando muestras gratuitas desde el 2002, dedicadas a la divulgación de la Danza, el Tango, la Poesía, la Performance, el Cine, el Teatro… con una acogida variable.

En ocasiones era difícil convocar, incluso siendo gratuito, a un número de gente interesado en el tema; en primer lugar, difícil conseguir que algunos profesionales ofreciesen su trabajo de manera gratuita, aunque nosotros ofrecíamos nuestro trabajo de coordinación, junto con el espacio (y su alquiler no gratuito) y toda la logística que fuese menester.

En otras ocasiones, como las prácticas de Tango, nos acabó ocurriendo algo divertido: la gente nos pidió pagar. Los asistentes se sentían incómodos ante la generosidad y el cuidado que poníamos en hacer que funcionase y acabaron por pedirnos que, al menos, pusiésemos un bote donde depositar, de alguna forma, su agradecimiento material.

Todo esto vaya por delante para decir que sé de qué hablo cuando hablo de gratuidad.

Por no hablar de las veces que he realizado performances y participado en recitales de manera no remunerada, e incluso en alguna ocasión, con un alto coste económico, como cuando hice la acción en Helsinki que requirió que el desplazamiento y manutención corriesen de mi parte.

He llegado a hacer cursos de Desarrollo de la Creatividad y Poéticas Objetuales gratuitamente, como cuando participé en el Encuentro de Piedralaves, del Círculo Agora. Tan gratis que me costó dinero. Y ya no puedo seguir participando en estas condiciones.

Y, seguramente, seguiré participando y promoviendo muchas de las acciones que hago de manera gratuita, filantrópica, quizá en un intento poco articulado de modificar el comportamiento social con respecto al hecho de intercambio de materias, productos o servicios mediante la retribución directa de dinero.

Claro que creo que otro mundo es posible, pero no exigible y aquí el meollo del artículo después de un laudo exagerado a mi generosidad.

El otro día, a Carmen le reprocharon que convocase en Facebook el evento que realiza desde hace casi 8 años de una práctica de Tango cada último fin de semana de mes por el hecho de que no fuese gratuito, mientras que, en otro lugar pero a esas mismas horas aproximadamente, un colectivo estaba promoviendo un evento similar pero gratuito.

Facebook implica que no puedes dejar de explicarlo, de explicar tu posición al respecto de todo lo que promuevas o divulgues, para evitar el riesgo de que quien lee tu muro sospeche que eres de los que lanza piedras y escondes la mano. Hay que defenderse de los desacuerdos, lidiar con la comunidad en un peligroso estado de vigilancia de tus opiniones por miles de personas con quien te unen distintos tipos de vínculos. Esta es la razón principal por la que no quise realizar este diario en esa plataforma (y su carácter privado es otra de las razones, pero esto es otra historia).

Así que Carmen hubo de contestar, también en alusión a otras cuestiones, como el hecho de evitar solapamientos entre convocatorias de similares características o la dedicación que los profesionales del sector del Tango han de dedicar a labores de divulgación siempre gratuitas.

Y entonces, yo ya un poco cabreado, me preguntaba si aquel que estaba haciendo las recriminaciones a Carmen trabajaba gratuitamente para divulgarse o para fomentar o estimular el crecimiento de la actividad a la que se dedica. Me consta que le dedica tiempo de esfuerzo y dedicación al Tango, pero no deja de ser una afición, algo a lo que se dedica en el tiempo libre y con los recursos que le deja su profesión, aquello de lo cual ingresará, seguramente, una nómina.

Por otro lado, como gestor que fui de un local en Madrid, sé los costes asociados a tener algo abierto en esta ciudad y lo poco que se agradece, la simpleza con la que, desde la mirada de los aficionados, se tiende a exigir más y más servicios a menores precios, incluso, a sugerir que debería ser todo gratis. Y no puede ser.

No es posible mantener un local, ni tampoco una dedicación plena a actividades artísticas o culturales (ni de ningún tipo), de manera gratuita. Como no es posible hacer cine o música gratuita de manera permanente, ni software gratuito y sostenible…

Se puede hacer todo gratis si existe un soporte económico que sustente este esfuerzo, ya sea mediante el trabajo remunerado en otras áreas para realizar este de manera gratuita o tener una renta más o menos nobiliaria que exima de la necesidad de recibir una compensación económica, o que esta renta sea un salario pseudo-funcionarial que sea pagado en concepto de subvenciones (provenientes de la administración pública o entidades privadas). Pero todos estos casos, especialmente los dos primeros, son acercamientos no profesionales al trabajo artístico o cultural. Algo que, sorprendentemente, jamás se plantearía para un vendedor de colchones, por poner un ejemplo.

En cuanto al software, que me fascina que se esté desarrollando fuera de las empresas más o menos especuladoras y monopolizadoras, hay una tendencia creciente a extender el modelo de donación, lo que yo llamo mecenazgo democrático. Cada vez son más los desarrolladores de pequeños paquetes de software que tienen en sus páginas un botón que admite micropagos mediante PayPal. (Yo plagié esta idea para el modelo de financiación de Lejanías y tuve pocos, muy pocos, ingresos, seguramente en breve añadiré esta opción también en este diario/blog).

He pagado por programas gratuitos para gestionar mi envío de correo electrónico a horas específicas, he pagado a Wikipedia para que pueda seguir existiendo, a Wikileaks, he pagado la suscripción Premium de Spotify varios meses, también Megaupload, incluso no necesitándolo, he pagado por algunos pequeños paquetes de software como plantillas para OpenOffice, etc… siempre según mis escasas posibilidades, pero siempre creyendo que es algo que debería extenderse como costumbre, porque forma parte del respeto al trabajo, el reconocimiento a la labor de la que puedo aprovecharme y que deseo que continúe existiendo. Forma parte del planteamiento de un consumidor responsable que debe asumir que sus actos tienen consecuencias: si paga, si aporta una retribución económica a un proyecto que tiene unos costes, este podrá ser mantenido en un futuro (porque, como él, otros también lo harán).

He intentado, incluso, pagar a cadenas de producción norteamericanas por la adquisición online de mis series preferidas, encontrándome con la negativa a aceptar el pago porque provenía de una IP española. He intentado contratar alguna película online española en portales que presumen de tener una buena filmoteca para su disfrute por streaming, pero nunca han tenido la película que andaba buscando. (Responsables de las distribuidoras de cine español y productoras asociadas, pónganse las pilas… que los tiempos han cambiado).

Si en el cine online, la cosa está en pañales, la música está bien resuelta por streaming, por proveedores como Spotify o iTunes (y sus tiendas) o por otros que llevaban más tiempo haciéndolo, como las emisoras de radio, algunas de las cuales han aprovechado formidablemente las posibilidades de Internet (con last.fm a la cabeza).

Pero cuando se plantea cobrar una performance, surgen problemas. Quizá su origen contra-mercantil sea su fosa, esa voluntad de acabar con los abusos que se llevaban a cabo (y se llevan) en el mercado del arte, sea algo que, llevado al extremo, intente convencer de que ha de ser siempre gratis… y no es posible. El lugar en el que se hace tiene un coste que nadie cuestiona que ha de pagarse, el tiempo que se le dedica a planificar, montar y realizar la acción es profesional, en muchos casos, y ha de tener una remuneración si queremos que sea sostenible. La cuestión será cómo realizar esta valoración que le asigne un precio (justo) ¿por horas? ¿por litros de sangre vertida? ¿por lágrimas derramadas o risas? ¿por simpatía, por emoción, por intensidad?… Se abre un difícil debate que intentaré tener en otro momento.

Y a esto sumamos el asunto de la competencia mal entendida, como solapamiento de actividades de similar sesgo. Pero es tan ridículo entrar en esto…

Que existan más de una actividad al mismo tiempo en un ámbito geográfico, lo único que significa es que hay más de una propuesta a la que unirse y ésto es tan interesante, tan sugerente que, aquel que solicite el intento por no solaparse es que no tiene muchas propuestas que hacer.

Amén de que nunca está claro cual de las diversas propuestas debe ser la sacrificada ni que criterio elegir para privilegiar una sobre otra: se habla de que hay que anteponer a las gratuitas y yo digo que no. Al menos, no solo por eso. Que su gratuidad es un interesante estímulo, pero no el único, que hay muchos más factores a tener en cuenta y que los piensa aquel que ha desarrollado o viene desarrollando su actividad en un sector que difícilmente se mantiene dentro de la profesionalidad, como es la gestión cultural.

Por ejemplo, volviendo a la discusión pública de Carmen en FB, si ella dejase de hacer su práctica, podría ocurrir que, después de un tiempo, quien mantiene el local en el que ella realiza su convocatoria no siguiese interesado en las propuestas tangueras por no aportarle un dinero que necesita para funcionar (en el modelo económico actual). Pasado ese tiempo, ese espacio sería un espacio menos a lo largo del año, además de que Carmen misma podría dejar de trabajar gratis (no saca un dinero que justifique su esfuerzo) en la divulgación del Tango entre sus alumnos y otros que están comenzando en el mundo del Tango. Flaco favor para el Tango en Madrid.

¿Por qué criterio o convocatoria decantarse?

Para mí es evidente que por apoyar todas las propuestas que se hagan, que tampoco son tantas para una ciudad como Madrid. Competir, en caso de que tenga que ser usada esta palabra, con otras acciones más pasivas o menos desarrolladoras de la creatividad y la convivencia del respeto a la cultura como es el ver acontecimientos deportivos en televisión o atontecimientos similares.

No hay nada como la efervescencia de propuestas similares para estimular un sector del mercado. Esto es algo que saben perfectamente los bares en Madrid, que tienden a estar cerca porque es más atractiva una zona llena de bares que un bar aislado. Las tiendas de ropa, las tiendas de bricolaje y otros múltiples ejemplos.

Pero siempre quedará quien piense en pequeño, quien no se dé cuenta de lo que cuesta trabajar (de trabajo) en un sector como este de la cultura (que se ha de hacer, parece, por amor al arte), quien se conforme con la gente que ya existe y no sienta que, para transformar los intereses de la sociedad hay que ver la gente que puede llegar a existir, no la que existe.

Y, esta lacra, además, se permiten el lujo de (desde sus humildes opiniones, eso sí) indicarle a los profesionales lo que deben hacer, quizá sin haberse parado demasiado a pensar en lo que realmente hacen ya. (No es el caso de quien mantuvo esta discusión con Carmen y que me ha servido de excusa para esta larguísima entrada en el blog de hoy. Vaya para él todo mi cariño y reconocimiento).

Lo que sí es evidente es que debe haber un debate (que me consta que existe en distintos sectores) sobre la gratuidad y la cultura como sector sostenible. Especialmente importante en época de crisis (no sé si el sector, pero sí su modo de financiación y sostenibilidad).

El nuevo periodismo en la era de la información

Está claro que la información es accesible desde cualquier lugar del mundo y gratuitamente ingentes cantidades de ella son disponibles para cualquiera que tenga una conexión a InterNet. Está claro que es difícil, entonces, mantener una calidad a la hora de crear contenidos, pues su elaboración tiene un coste que puede que no sea recompensado por los consumidores/usuarios puesto que no van a pagar por algo que, supuestamente, obtienen gratis. Ahora bien, quizá se trata sólo (aunque no es poco) de cambiar el modelo de financiación de quienes se dedican a aportar información, llamémosla, de valor.
¿A qué me refiero con información de valor?
Para mí, no es lo mismo tener un blog con contenidos recauchutados de aquí y de allá, compilaciones y digests descuidados, que tener un lugar web en el que aportar información verificada de primera mano.
Pero ya casi nada es de primera mano. Es casi ilusorio pensar en reportajes periodísticos a la antigua usanza. E incluso sería ineficaz. Más nos vale ceñirnos a un ámbito algo más cercano.
En la distancia de un mundo globalizado, quizá el proceso pasará por escuchar las voces de los lugares, saber analizarlas, ponerlas en contexto, distinguir el grano de la paja, filtrar: hacer esos digests de los que hablaba antes, pero cuidados, con un criterio editorial que sé que los periódicos tradicionales tienen capacidad para llevar a cabo. Aunque no parece ser su camino. Veo que siguen insistiendo en formas de contar las cosas bastante tradicionales y estas formas ya no sirven. Lo explicaré con un ejemplo: quiero entrevistas directas (que pueden ser hechas mediante chats) de personas que viven en Egipto la crisis de gobierno. De un lado y de otro. Quiero que un periodista se encargue de ver qué información de primera mano están subiendo a la red y que filtre y seleccione, conociendo contextos, historia, análisis políticos profundos, serios, rigurosos. Creo que ese es el lugar del nuevo periodismo. Lo veo cuando de cuando en cuando mi amigo, periodista, Juan Carlos Etxeberría, usando el Twitter, selecciona diversas noticias directas y las da a conocer, amén de análisis sobre el periodismo actual.
En la distancia corta, en el entorno de mi propia ciudad, también existe esa necesidad de filtrar, analizar información y comunicarla. Por supuesto, me parece más rico si se trata de una información sectorial, específica, que me interesa como parte de un todo y también como profundización de conocimiento en alguna materia concreta.
Analizo, como ejemplo, el blog o web puntafinanews.com que mantiene, desde que tiene tiempo para ello, mi amiga Celia Valenciano. Es un espacio dedicado a la información sobre tendencias arquitectónicas y artísticas. Realiza entrevistas a arquitectos, diseñadores, etc. Comparte textos que pueden ser bastante interesantes, pero que le lleva bastante tiempo realizarlos, además de inversiones (pequeñas) en material, como el diseño de la web, plantilla no gratuita adaptada a WordPress, el espacio de Hosting, por no hablar de la conexión a Internet, la necesidad de un PC, y otros básicos como pueda ser una minioficina. Pero he de reconocer que el gasto en material puede ser casi despreciable. De lo que se trata es de que, con muy pocos medios puede realizar un trabajo de alta calidad.
Y lo sirve gratis.
Y entonces… ¿Qué va a pasar con esta forma de vida? ¿Es sostenible tener un periódico especializado si, mi amiga, gratuitamente, puede permitirse el lujo de regalarlo? ¿Tiene ella forma de beneficiarse económicamente de su trabajo?
Claro, esto es algo que vengo pensando desde hace bastante tiempo por lo que me toca: imaginen esta pregunta para un Poeta. Directamente la respuesta suele ser que no, que no hay forma de que se financie, de que su trabajo sea remunerado y cobra especial significado la expresión “por amor al arte”. ¿Pero esto es sostenible? Y entonces cae encima como losa la famosa ley de economía sostenible para intentar paliarlo… pero lo hace muy mal. Este análisis lo dejo para otro día, porque la Ley Sinde se merece todo un artículo ella solita.
Cuando publiqué el trabajo de Lejanías, me encontré con que no podía financiarlo razonablemente mediante venta de productos, porque no era un producto físico. Puedo intentar cobrar el acceso a la información, pero son sólo poemas. Quise probar y quiero seguir apostando por un modelo curioso: la donación. Así, dispuse un botoncito en la web del proyecto para quien quisiera ser mecenas del mismo. No tuve ni tengo muchos ingresos de esto. Es más, apenas compensan el gasto de agua de un mes de trabajo. No importa, te dices (me digo) y continúas trabajando por amor al arte. Ahora he abierto este blog al que le dedico una hora diaria, es sólo información personal, es decir, no tiene porqué importarle a nadie más que a mí. Es onanista y lo seguiré haciendo también por amor al arte. Pero todo en Poesía es así… así que estoy casi condenado a aceptar que no voy a cobrar nunca por mi trabajo. Incluso, puedo decir como muchos de mi entorno, que esto no es realmente un trabajo porque no cobro por ello. Pero es que nadie quiere pagarme. Quizá sea que no soy bueno. Quizá. Quizá necesitaría un jefe, pero no hay empresas que contraten Poetas. Ya lo intenté una vez en el INEM y se rieron bastante a mi costa. Quizá ni siquiera sea necesaria la poesía o sólo lo sea para mí. Tampoco el Arte, la Música, el Cine y el Periodismo. Quizá.
El nuevo periodismo, como el nuevo arte, música, cine, poesía, puede hacerse con unos medios tan accesibles como nunca antes nos habíamos imaginado. Tanto es así, que parece que puede hacerlo cualquiera: y esta es la cuestión: no queremos pagar a cualquiera. Queremos pagar a alguien especial. Puede que tenga sentido. Poco, si pensamos que todos somos cualquiera y que, según ese razonamiento, pronto no nos querrán pagar a ninguno, hagamos lo que hagamos. No nos querrán… no: no nos querremos pagar.
¿Hay formas posibles de financiación?
Ya he dicho que la primera que se me ocurre y me gusta es la del mecenazgo. Me parece más fácil que nunca y tan democrática como la producción: está en manos de cualquiera que lo desee.
La segunda forma que se me ocurre es la de la subscripción. Algunos lugares web, como los blogs, y sigo con el ejemplo de www.puntafinanews.com, podrían pensar en insertar un precio por subscripción. Un precio muy muy bajo, un precio que parezca tan irrisorio como los costes de producción de algo que hace tiempo era inviable. Digamos, por ejemplo, que www.puntafinanews.com ingresara 0,50€/mes por persona subscrita. Es posible que muchos estuviésemos dispuestos a “domiciliar” un pago semejante para obtener una información que, como decía, era de calidad. El dinero mensual, con un número de lectores de unos 2000 (que no creo que llegue a tener) daría un suelo razonable que haría sostenible la publicación. ¿Por qué, entonces, no se hace?
Seguimos pensando en el todo gratis. Yo también.
Bueno, quizá la web puede ser gratis. Pero quiero algo que me ayude, que me dé un valor añadido a la información (ya que no la considero suficiente). ¿Qué tal el canal por el que se me informa? Por ejemplo, la subscripción podría dar acceso a emails personales, incluso (con un poco más de elaboración, pero no tanta: hay herramientas de personalización de contenidos razonablemente al alcance) personalizados a mis gustos o intereses. Este modelo es una visión mixta que puede incluir distintas formas de hacer razonablemente sostenibles publicaciones como esta, pero también la creación de poetas, escritores varios, críticos, etc. El cine y la música lo dejo para otro día, porque hay muchos más costes añadidos.
De momento, en mi blog, añadiré la posibilidad de colaborar mediante donaciones, pero en breve, permitiré la subscripción mediante una colaboración mínima: algo así como 5€/año.
Espero haber arrojado alguna idea a quien está, como yo, planteándose cómo vivir de algo tan difícil como la generación de contenido en Internet, ya sea contenido informativo, artístico o de valor, en general.
No me olvido de la opción preferida por los periódicos: la publicidad. Pero esto hace que los contenidos sean cada vez más difícil distinguirlos de lo que no es más que propaganda comercial. Pero quizá tengo una visión muy sesgada, poco profunda de esta práctica; quizá la publicidad también debe reformarse para adaptarse a unas web cuyo contenido no debería ser menoscabado ni por asunto de forma ni por temáticas inapropiadas. Prometo pensar en esto más adelante.

Un clavo

El Clavo en la paredMe gusta encontrarme con detalles. Es algo que hago de cuando en cuando para disfrutar de una mirada que no suelo tener. Ver lo pequeño, lo casi insignificante, lo más cotidiano que cotidiano, podríamos decir, incluso, que vulgar… y darme cuenta de lo evocador que es, que resulta, una mirada a la realidad extraordinaria que hay en cada pequeño pedacito de la misma.
Me recuerda esa idea de que el mundo entero está en la punta de una aguja. Sí.
Este clavo/escuadra que no es un clavo, que quizá no era más que un pedazo de hierro penetrando un taco demasiado ancho para él. Sobre una pared algo tocada, indicando que había sostenido un cuadro, una imagen, que quizá contenía la foto de un taco del que asomaba una alcayata. Escarpia viril y solitaria, amante de la pared. Puedo ver en este clavo una metáfora, un poema de vida y muerte, un bello guiño de la realidad, también un corte de manga (lo que me recuerda unas acciones que fue invitado a hacer Isidoro Valcárcel Medina en Madrid, eligiendo para ello calles cuyos nombres hacían alusión a un corte de mangas, él siempre tan inteligente).
Me gusta lo que ve la cámara cuando, en modo “macro” se acerca a un detalle, cómo se desdibuja el fondo, se pierde en una especie de continuo, como si la realidad mostrara en este pequeño experimento su naturaleza dual: concreta y discreta, partícula y onda.
Me gustan los detalles. Me hacen sentir que la realidad es infinita. Me recuerdan que debo seguir mirando para encontrar sorpresas, para encontrar belleza, como de la que hablaba Lautreamont, la del encuentro fortuito, sobre una mesa de disección, de una máquina de escribir y un paraguas. Me gusta mirar para recordar que ahí, justo debajo de mis ojos, está la poesía, esperándome, esperando ser encontrada y revelada. De ahí la fotografía.

La Sexta Hora

Es el título de un libro de Helena Fernández-Cavada. Me la presentó una amiga para ver si podía ayudarla con la presentación, en Madrid, de su libro. Un libro artista de dibujo, aunque ha terminado por revelarse un poema, más que un libro de imágenes… claro que, puede ser que un libro de poemas también sea un libro de imágenes… pero esa es otra cuestión, incluso podría pensar en si los signos no son también imágenes. ¿Me estará influyendo mi propio monográfico de iniciación a la Poesía China?
Helena es una artista mexicana a quien apenas conozco y, sin embargo, me ofrecí a ayudarla. ¿Por qué?
El sábado 12 de febrero tengo la presentación de la primera novela de mi querido Chema Vega. Participo también como presentador. Le escribí el prólogo. ¿Por qué?
Bueno, en el caso de Chema, habitual alumno y exalumno de mis talleres de escritura, podría contestar que quizá me beneficia su crecimiento, que me nutre, que me retroalimenta, por decirlo así.
También estoy metido en la puesta en pie de la obra El Aumento, de George Perec, con varios de mis alumnos de un monográfico que organicé sobre OuLIPO. ¿Por qué?
No sé, la verdad es que no tengo ni idea de porqué es tan fácil que me apunte a cosas que no suelen ser remuneradas y que, en ocasiones, tan sólo me aportan un mínimo de prestigio. Podría vincularme con espacios o iniciativas como las que hace La Piscifactoría que coordinan eventos de gran envergadura en FNAC y sitios parecidos, podría dedicarme más focalmente a prepararme un material vendible, hacer que mis cursos fuesen competitivos, atractivos para el gran público, o buscar un público para ellos. Debería, quizá, olvidarme de tantas causas y generosos actos. Debería pensar más en mí.
Pero siento que pienso en mí cuando accedo a escribir el prólogo de Chema, cuando accedo a presentar la obra de Helena, cuando me lanzo a coordinar o dirigir el texto de Perec. Siento que crezco cuando hago esto. Y siento que es un crecimiento sincero, quizá pequeño, crecimiento pequeñín, casi imperceptible, pero seguro, desenfocado, disperso, pero crecimiento. Algo, por dentro, me dice que lo que hago mola. Sí, después de tantas palabras, es así de simple el tema: lo que hago, mola.
He disfrutado con el libro que me ha regalado Helena. Ha sido un gran placer y me siento honrado de haber sido elegido. Ah! Ahora no soy yo el que hace favores: me ha hecho el favor de permitirme ayudarla.
Disfruté ayer el ensayo de las lecturas de Perec. A veces me impaciento, a veces me pongo nervioso porque siento que no se lo toman en serio, como yo… y me olvido que no hay porqué tomárselo “en serio”. Se trata de disfrutar, de dejarse llevar, de hacer que el mundo sea un lugar mejor, sintiendo que el mundo es un buen lugar.
Sí, vivo algo disperso, pero se corresponde con mi forma de aprehender el mundo. Vivo disperso como el mundo. Vivo disperso porque sin dispersión, me resultaría aburrido vivir. Vivo disperso porque me interesan demasiadas cosas y otras que aún no conozco. Vivo disperso porque forma parte de mí, de mi mente, de mi idiosincrasia, de mi carácter. Vivo disperso y, al mismo tiempo, siento que ahí, justo ahí, decidí hace muchos años poner mi foco. Quizá, poco a poco, lo estoy consiguiendo.

Esto no es una broma