Por fin llegó el libro colectivo del 2024

El jueves pasado llegaron los primeros 370 ejemplares de una tirada de 460 que se estaba retrasando en la imprenta y que apremié para que me los enviaran. Esta vez llevan por título «La luna es igual en todas partes» tras un proceso electoral no sencillo.

Cada vez que llega un pedido de libros de la imprenta tengo que hacer el mismo procedimiento:

Primero extiendo en montones de 10 ejemplares (esta vez fueron de 20) el total del pedido.

Después compruebo los de la parte superior para verificar que está correctamente impreso, cortado, que no faltan páginas…

Y por último fotografío el total, por un lateral, por arriba, por dentro, fotos de macro, fotos de alta resolución, alguna foto con algún efecto o filtro… con el fin de registrarlos y, por supuesto, poder divulgar el material.

Mis fotos preferidas son aquellas en las que se ve un motivo pequeño de la cubierta en modo «macro», lo que en ocasiones permite, incluso, saborear la textura del papel.

Horror culinario anaranjado

Me consta que hay personas que comen esta guarrería gastronómica que, en alguna ocasión, ponen de «tapa» en los bares madrileños. Es algo cuya composición nutricional prefiero no conocer, amén de poseer una textura y un sabor inclasificables dentro de lo que llamaríamos habitualmente «comida».

Hace unos cuantos viernes le hice esta fotografía a un bol conteniendo algunas de estas cosas (llamarlas delicias me da escalofríos) y probé alguna mojada en cerveza. Mejoraba un poco su textura, algo menos cavernosa y áspera como lengua de gato muerto. Su sabor, no obstante, no demasiado. Como se dice ahora: sus propiedades organolépticas, no solo no tienen mucha forma de mejorar, sino que pueden acabar por demostrar su naturaleza plastificada y arder en el infierno.

Pensar que esa masa informe, globular, vaporosa, acabó depositada en las paredes de mi estómago me causa algo de desasosiego, pero no tanto como para preocuparme.

Las películas de terror cada día me dan menos miedo; especialmente desde que soy autónomo y me toca pagar las mensualidades de la seguridad social.

Los ojos, poema objeto

Hace unos días Ernesto Pentón me regaló unas gafas que iba a tirar porque estaban algo deterioradas. Yo tenía guardada una caja de bombones que no sabía cómo ni cuándo usar. El poema de los ojos con un lipograma fuerte lo acababa de releer por el taller de poesía dedicada a OuLiPo que estamos realizando los miércoles a las 19:00.

Estos elementos se combinaron como por arte de magia para dar lugar a este pequeño objeto que ha resultado ser un obsequio para Pepe Buitrago en su setenta cumpleaños al que fui invitado la semana pasada.

Me gusta pensar que ha caído en buenas manos, manos de alguien que sabe apreciar lo poético de regalarle unas gafas en una caja que contiene un poema titulado «los ojos» a una persona que se dedica a la poesía visual realizada con hologramas.

Dudé si imprimir el poema sobre un papel especial (tenía unos restos de papel plateado), pero terminé por hacer una versión más sencilla y al mismo tiempo más legible y duradera: impreso sobre papel blanco con una lámina de papel cebolla superpuesta. La transparencia algo translúcida que se genera evoca, de alguna forma, esa evanescencia de un holograma.

¿Ahorro energético? ¿Quién?

Cada día que veo cómo se va electrificando innecesariamente la publicidad y se nos sigue pidiendo contención en el consumo energético, me irrito y siento que hay un mundo que cada día va más a dos velocidades, la de quienes pretendemos mejorarlo y la de quienes pretenden mejorar. Sin lo.

Es terrible que para mejorar haya que empeorarlo. Este síntoma obvio de enfermedad sistémica no parece desatar enojo en la población que pasea junto a los carteles retroiluminados de marquesinas, de fachadas de centros comerciales, etc…

Y se nos repite que «el calentamiento global…» como si fuese cosa nuestra o estuviese en mi mano, gracias a tener 3 cubos de basura de colorines en mi casa, arreglar un desaguisado claramente estructural.

A veces, yo también quiero «mejorar», así, sin más, sin «lo». Sencillamente, vivir mejor. Y parece ser que no me queda otra que aguantarme con mi moral de sacrificio, moral cristiana, casi diría, subyugado al deber, al categórico kantiano, negándome a permitirme ser parte de ese otro mundo que, a otra velocidad, cada día se aleja más.

Calendario de Dalí

Obviamente, el calendario es mío, pero las ilustraciones que lo poblaban mensualmente eran representaciones de obras de ese pintor, que no me cae especialmente bien.

Me lo regaló Carmen allá por los comienzos de nuestra relación sentimental, conteniendo el calendario correspondiente al año 2000.

Lo usé poco, porque jamás había usado un calendario de papel y tendía perderlos o ignorarlos pues nunca tenía un lugar en el que apuntar que tenía que consultar el calendario. Incluir esa tarea en el calendario es bastante absurdo, aunque interesante propuesta conceptual.

Es bonito el recuerdo de los eventos que en esos años mozos (yo tenía entonces 33 añitos) me interesaban, viendo cómo abundaban las citas con amistades y eran ignoradas las actividades laborales.

También es cierto que hay que tener en cuenta que mi trabajo era tan monótono desde el punto de vista horario que era absolutamente superfluo tener que consulta qué actividad tenía cada día. Además de que no me importaba personalmente lo más mínimo.

Mucho teatro y ya en aquella época instalaba Linux (entonces era bastante engorroso) en algún PC en el que convivía con un Windows 95 e incluso un Windows 3.11 (que no era un sistema operativo propiamente dicho, sino un mero gestor de ventanas de MS-DOS).

Fue pasando el tiempo pero el calendario cayó en desuso y lo tuve abandonado durante un par de décadas en casa. Hasta que decidí ir arrancando las ilustraciones para proponer ejercicios del Taller de Poesía y Escritura Creativa basados en las mismas.

Ahora uso un mucho más práctico google calendar cediendo mi información en aras del pragmatismo, que descubrí en el 2007 trabajando en un proyecto de gestión de un espacio expositivo en el depósito del Canal de Ysabel II.

Hoy lo he tirado a la basura, pero quería quedarme con algunas de las páginas a modo de recuerdo electrónico y no físico y compartirlas en esta especie de diario que tampoco es físico (aunque sí que lo sea) sino virtual y poco virtuoso.

Café de Colombia

Mi querido amigo José Luis Sanz Vicario tiene a bien traerme, cada vez que nos visita desde su Medellín elegido, algún regalo típicamente colombiano, como en la última visita que nos obsequió con este paquete de estupendo café de Colombia que el domingo estrené con la familia de Carmen para la sobremesa en nuestra casa.

Mencioné que nos lo habían traído especialmente desde Colombia, pero debió de ser inaudible; en cualquier caso inapreciable.

Quise que se oyese allende los mares y le envié un mensaje de agradecimiento explícito a mi amigo que no tardó en devolverme el agradecimiento.

Jamones

Comer jamón debajo de esta «decoración» del techo parece algo excesivo, pero no fue óbice para que ayer, después de descargar la enésima copia de seguridad de las web que administro, me bajase a comer a un sitio en la esquina que está así decorado y cuya bandera es parecida a la extremeña, pero también comparte colores con la palestina y otras de países o regiones de Oriente Medio.

Curioso que los colores no entiendan de estas cosas. A los colores les da completamente igual el «mandamiento» de no comer cerdo.

A este mundo le sobran…

Una amiga publica esta imagen en una red social y no quiero contradecirla ni, mucho menos, enmendarle la plana (¡qué expresión!), pero me resulta bastante gracioso que un texto que dice que «a este mundo le sobran opiniones y le faltan abrazos« se quede tan pancho ante tal paradoja: esa afirmación es una opinión. Opinión con la que puedo estar completamente de acuerdo, aunque sobre mis opiniones ya he escrito en otro sitio… más y mejor.

Ni que decir tiene que también me resultó algo molesto (quizá sobre ese «también») el punto tras «se equivoque», y las mayúsculas sin otro sentido que el de comenzar la línea, como si lo hubiese escrito alguien que no sabe evitar que se autocorrija el editor.

Cuando alguien se equivoque, abramos más los brazos que la boca: a este mundo le sobran opiniones y le faltan abrazos.

Pero me gusta la bicicleta y la pared de tres tonos de rosa, amén de la tipografía, que podría calificar de «femenina», si es que eso tiene algo de sentido.

Esto no es una broma