Empatizar no la reconoce mi diccionario

En la entrada de ayer, hablaba sobre empatizar y me sorprendió que mi diccionario no la reconociese, ese que usa el sistema operativo para saber qué palabras están definidas o aceptadas y cuales no. No es riguroso y no pretende serlo, pero que no incluya una palabra como esta es poco empático… y algo antipático.

Pero peor aún resulta las que sugiere como alternativas:

Así que poco más que añadir, salvo que la incluí ese mismo día para no ir por ahí sin esa palabra en mi vocabulario. 😉

copias

realizo copias
con el ánimo fruncido
por una alarmante sensación de fragilidad
de volatilidad

una sensación de vacío
bajo mis pies
hoy algo fríos.

realizo copias
de todo aquello que hago
como si fuese importante
para otredades
alteradas.

realizo copias
de copias
de copias
hasta el extremo
de que los originales ya han perdido el sentido
ya han perdido su espacio
su aura
su pátina sagrada de huevo fatuo
huero fasto.

copias
y copias
letras que se amontonan unas sobre sus muertas
palabras abandonadas
en la raíz del sistema.

realizo
realizo
izo
copias
impías
copias

y el tiempo pasa
acercándome a la muerte.

¿Soy muy insensible porque una de las dos muertes me importe un poco menos que la otra?

El 27 de octubre, es decir, hace unas semanas, se murió la poeta de la generación beat Diane di Prima en un hospital de San Francisco, después de una larga enfermedad.

Yo me he enterado hoy. (Confieso que no leo demasiado la prensa). Pero también sé que no ocupa portadas, ni arrasa en las redes sociales, ni mueve poblaciones… Y sin embargo:

Hace menos de 1 hora se ha muerto un futbolista y me enterado antes de que se pudiera confirmar su muerte, prácticamente.

Si me vengo…, poema de Di Prima:

Si me vengo a vivir contigo,
¿me prometerías
un pedazo de carne los domingos,
una hojita de azucena
para olerla en la almohada,
un queso en el refrigerador,
un beso de lengua
entre las pesadillas?
Si no es así,
no me vengo contigo.

No sin mi gluten

Sé que puede parecer irreverente, pero no pude por menos, después de ver la advertencia de sexo, violencia, etc, que añadir unas cuantas cosas más de las que advertir. Y me dejé tantas pendientes…

Por contra, no hay series o películas en las que se advierta de falta de rigor científico ni histórico, ni de machismo, ni de racismo… así que las advertencias las «desleo» en mi cerebro ya harto de simplezas y religiones.

Es un fotograma capturado de la serie «The Last Kingdom» que narra la vida y aventuras de los sucesos que siguieron al reinado de Alfredo de Wessex, a quien a veces se considera el primer rey de «Inglaterra», la tierra de los anglos (y sajones, claro está, y britanos…) en perpetua lucha contra las invasiones nórdicas. Es una especie de respuesta a la mucho mejor interpretada «Vikings», pero curiosamente, bastante veraz en cuanto a los personajes históricos se refiere.

La modifiqué añadiendo las advertencias culinarias mediante el uso de GIMP sobre Linux Mint.

Nosotros, tras

En el diccionario de la RAE, el que también se denomina DLE, resulta que están haciendo algunos cambios que creen que resultan más «inclusivos» o que dejan de privilegiar en exclusiva al género masculino gramatical, pero los que están haciendo apenas se notan, salvo en problemáticas como la que me está haciendo repasar errores que no son tales, sino entradas que no se encuentran porque se han decidido migrar a sus correspondientes «femeninas».

Así, por ejemplo, «nosotros» no se encuentra en la URL del diccionario de la RAE sino como una de las formas de «nosotras», que sí se encuentra.

https://dle.rae.es/nosotras?m=form

Pero lo absurdo es que, queriendo haber sido más precisos, no hagan de una vez el cambio que desde el punto de vista de diccionario sí que correspondería hacer, es decir, que la definición sea la de la palabra «nosotras, tros» y no «nosotros, tras», amén de ubicarla en su posición correspondiente acorde a esa modificación.

Por otro lado, no alcanzo a entender porqué el criterio de AS/OS no se impone a lo largo de todo el DLE y así, abitrariamente, podemos encontrar que otras palabras privilegian la forma masculina también en la construcción de la URL.

Por ejemplo, «nubio, bia», está en el género gramatical masculino en la URL sin ningún atisbo de irse a cambiar: https://dle.rae.es/nubio
mientras «nubia» es una forma de «nubio»…

O incluso «nuestro», que aún está más cerca de ese «nosotros», no ha de cambiar su URL https://dle.rae.es/nuestro a https://dle.rae.es/nuestra por ninguna razón, parece ser.

Postureo, postureo… y poco más.

Cero enjundia.

¿Y qué si tu infancia fue una mierda según la mayoría de la gente?

Tengo ya añitos encima como para que las fotos de mi infancia fueran en blanco y negro, aunque pronto comenzaron esas fotografías en color que amarilleaban rápidamente y que mi madre conserva con todo el cariño del que es capaz (que es mucho) en álbumes ordenados por año, mes y excursión u ocasión.

Pero discrepo completamente de lo que se entendía como una bella infancia, quizá porque nunca me gustaron los deportes, menos aún los de equipo, especialmente los equipos. Por supuesto, si me veía en obligación (solía ser así en esa «nostálgicamente idolatrada» infancia), prefería ser portero para no tener que andar correteando y poder quedarme a charlar con quien se acercase a la portería.

En cuanto pude (y fue bien pronto) me hice con mi primer ordenador, un viejo Spectrum 48K, que me abrió por fin la mente a un mundo completamente nuevo y prometedor. No envidiaba esas calles llenas de gente que jugaba a cosas con pelotas y agresividad en mitad de un escaso tráfico rodado.

Tenía unos 15 años. Eran los 80. Fue mi «movida» particular. Descubrí que podías hablar con una máquina. ¡Qué maravilla! ¡Por fin alguien me entendía! (Cabría decir que era alguien que me hacía caso o, incluso, que me obedecía… pero no sé si aquello era tan importante).

Un poco parecido a eso había sido mi relación (unos años antes) con el ajedrez. Algo comprensible, un juego serio, un juego relajado físicamente salvo para un cerebro que veía piezas moviéndose en un techo que no era un techo y sí un tablero imaginario en el que celebraba derrotas y victorias contra mí mismo (alusión a la preciosa miniserie de Netflix titulada Gambito de Dama).

Podía de repente hacer un programa en BASIC, sí, el viejo BASIC, que simulase una ruleta rusa y que tiñese de rojo la pantalla en caso de tener ¿suerte?. No tenía que explicarle a nadie que eso me resultaba estimulante, muchísimo más que perseguir un esférico por un parque plagado de baches en una tierra árida y hostil sin más objetivo que darle una patada.

Podía de repente saber que una máquina sabe interpretar señales binarias (ceros/unos) que le decían qué tenían que hacer y poco a poco me fue mecanizando comprendiendo que era una forma de cualificar el mundo (sí/no) en grupos básicos de pertenencia a conjuntos que mucho más tarde aprendí a ampliar con una gama discreta y después infinita de grises en una lógica que no era simplemente bievaluada. Podía saber que los humanos no éramos tan simples.

Podía de repente hacer que la repetición no tuviese sentido si no era programable. Paquetizar las operaciones de modo que pudiera afrontarlas más eficazmente para disponer de más tiempo, quizá para leer, que era mi otra gran pasión.

En aquella época no necesitaba ganar eficacia, pero sí senté las bases en mi cerebro para poder hacerlo más adelante.

Oh… pero lo mejor aún estaba por llegar.

Cuando descubrí que los ordenadores podían conectarse entre sí, formando redes que te permitían algo tan básico en aquella época como un comando TALK para hablar entre dos personas (quizá al otro lado no había una persona, pero lo parecía más que los que jugaban al fútbol en mi barrio).

Y llegó (para mí) la red de redes, la red que unía un millar de millares de ordenadores (en aquella época sólo ordenadores) y con ello extensiones brutales de ese básico TALK, para poder hacer lo que hacía en esa vieja portería (charlar), pero con personas afines a mí en todos los rincones de la única esfera que me interesaba, esa llamada mundo.

Me hice adicto (casi) al uso de usenet y los Grupos de Noticias, esos antiguos «foros» donde volqué mi ansia por conocer gente afín. Así, escribí hasta la saciedad en el viejo grupo «soc.culture.spain» que me sirvió de contacto con el mundo incluso cuando estuve viviendo en Australia, pero especialmente cuando estuve trabajando en empresas donde habitaba un millar de personas de las que consideraba que la infancia ideal (esa de la que no querían salir) era la del fútbol entre un montón de energúmenos que ocupaban el patio como si fuese suyo.

Me acabo de dar cuenta de que otra de las diferencias entre estas dos imágenes comparativas de las dos infancias es que en la «presuntamente» de mierda hay dos chicas y sólo hay chicos en la de blanco y negro. ¡Curiosa diferencia!

Creé o solicité la creación de es.alt.literature (creo recordar) y alguna otra agrupación donde esperaba conocer gente interesante. «Buscaba un alma que se pareciera a mí y no podía encontrarla» que diría Lautreamont.

Así fue pasando el tiempo y pude encontrar gente fuera de ese ámbito telemático que, literalmente, me salvó la vida, para hallarme rodeado de personas a la que quiero, pero no guardo más que buenos recuerdos de aquellos tiempos, esas conversaciones con BegoWhat4, alguna otra gente… y mi certificación de que fue cualquier cosa menos una infancia como la que otras personas consideran ideal y sin embargo me ha llevado a ser, hoy, una persona feliz.

Volvería a elegir la misma ruta que me ha traído hasta aquí. Y no me gusta mucho que se estigmatice como infancia de mierda aquella que tuve solo por el hecho de que no es la que tenía que tener… según no sé «qué mierda» de patrones.

Tuve suerte.

El ingenio español ha desaparecido

Ponerle de nombre «Ingenio» a un satélite es poco ingenioso o poco previsor, pues es algo previsible (siempre hay que pensar en los errores como parte del desarrollo tecnológico) que pueda extraviarse o explotar… y genera titulares que, si a alguien le importase, cosa que tampoco parezca ser el caso, daría lugar a millares de «memes» posibles o bromas más o menos malintencionadas.

Pero es que con ese nombre el chiste está escrito, casi, sin error… el Ingenio Español se va de España, emigra, pero en en este caso para no volver jamás.

Gracioso, triste… pero demasiado real. ¡ay, querida amiga!

Cuando algo ya ni te extraña ni te parece perverso

Es lamentable que este tipo de prácticas a quienes estamos en sectores de servicios culturales, ya sea poesía, arte, tango… nos resulte completamente habitual:

Si cambiamos influencers por ayuntamientos, varios museos, certámenes culturales varios, incluso restaurantes; y cambiamos los lugares a los que pedirlo por poetas, artistas, bailarines… nos resulte de lo más normal, incluso en ocasiones se nos pide participar con cuotas (para formar parte de un libro, para llevar a cabo una acción que toca autofinanciarse…).

Y nadie se escandaliza.

Por supuesto, incluso el mismo sector se hace esto a sí mismo, y unas personas que se dedican a gestionar eventos culturales te ofrecen participar (ya sabes que va a ser sin dinero de por medio) y lo hacen con toda la buena intención del mundo.

Es lo más habitual porque lo que haces lo haces porque te gusta. Esta es la excusa para justificar un menosprecio absoluto por el trabajo en ese sector. Así que no es de extrañar que ahora (época de coronavirus/COVID o lo que sea) este sector esté al borde del colapso. En realidad ya estaba al borde de un precipicio que no parecía querer ver, pero ahí estaba. Ahora estamos cayendo en picado y según y quiénes, tendremos o no la suerte de caer en el agua o sobre una roca.

Si compraste un paracaídas porque sabías que iba a pasar… te llaman previsor.

Hace tiempo que escribí varios textos al respecto de ¿De qué vive un artista? o ¿de qué vive un poeta?, así como realicé una encuesta a diversas personas del ámbito cultural (véase que la misma es de hace ya tiempo, 2012) al respecto de cómo debía financiarse una performance.

No sólo no ha cambiado nada, sino que ha empeorado en el mejor de los casos. Y sin embargo seguimos. Ganas dan de tirar la toalla y yo he de reconocer que me he cansado de hacer cosas gratis y sólo las hago si me apetece mucho por amor… no tanto al arte, que lo tengo siempre, como a quienes organizan el evento en cuestión o a las personas vinculadas al proyecto.

Sí: Es preciso el amor al arte, pero no es preciso el amor a su divulgación, a su compartición con una sociedad que no valora el trabajo que requiere. Así que se puede amar uno o una a sí mismo o misma y autorregalarse (o regalar a otras personas amadas) el fruto de ese amor al arte.

No todo el monte es orégano, ni té verde

Esté pequeño botecillo de 50 gramos de té negro Earl Grey me lo trajeron mis padres (padre y madre, sin menoscabo) de la misma patria de Excalibur, cuando estuvieron visitando a su nieto, alias mi sobrino, en Exeter. Dijeron que era un regalo del infante y yo les dije que muchas gracias (en cualquier caso).

Estoy alargando su vida desde hace más de un año (confinamiento mediante) para disfrutar cada tacita, porque es verdaderamente delicioso. He comprado otros tés Earl Gray, los he tomado en sitios, cuando lo tienen, y este es único.

El otro día realizamos una compra para casa de varios tés e infusiones de una tetería a la que solía ir en persona, pero que dada la situación actual (alguna vez leeré esto y puede que no sepa a qué me refería) ha cerrado y sólo atienden online (en realidad tampoco, porque su servicio digital es penoso). Acabé escribiéndome en whatsapp con la propietaria de la tienda de tés que me trajo en persona el pedido de más de 50€ en tés. Para aguantar otro confinamiento.

Compré, entre otros, un par de Earl Grey (un Lady Gray también, que es una especie de sucedáneo light del Earl), pero no tiene ni punto de comparación con esta marca Whittard que acabé buscando en internet para ver si podía volver a comprar exactamente el mismo… pero no lo encuentro en España y la compra y envío desde Inglaterra alcanza la friolera de más de 18€/100 gramos… o sea, 180€/kg… que vamos, que luego dicen que el solomillo es muy caro, pero el té…

Pero, a pesar del precio, no descarto acabar volviendo a adquirirlo porque hay pocos tés que me hayan impresionado tanto como este.

Esto no es una broma