Inmediatez

El organizador de Contenedores, uno de los eventos más importantes de arte de acción en España, llamado Ruben Barroso me ha pedido (junto a otros 100 participantes) una fotografía de la inmediatez y me pregunto si eso es posible.

He agarrado mi móvil, que no estaba a mi lado, así que no era inmediato, y me he dispuesto a hacer una fotografía de casa, sin pensar mucho (pero inevitablemente pensando) y lo primero que me encuentro es que mi sobrina Jimena ha estado trasteando con la cámara y la ha dejado en «modo selfie», es decir, captando lo que estaba en frente del objetivo frontal, valga la redundancia.

Me he visto a mí mismo, self, self, self… y no he querido que fuese esa la fotografía enviada. Podía haber dado la vuelta al objetivo y apuntar antiselfimente hacia lo que quisiera fotografiar, pero eso no me acababa de gustar porque la calidad de la misma iba a ser peor, incluso cuando había sido advertido de que la calidad de la imagen no tenía la más mínima importancia.

Obviamente, no me he puesto a recoger la casa para fotografiar lo fotografiado. He huido (más o menos conscientemente) de captar objetos artísticos o similares para intentar parecer más natural… pero eso no ha dejado de ser una contradicción, pues de manera natural están en mi casa.

La fotografía en cuestión ha sido:

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Maestro, tengo un problema.

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Está claro que el mensajito tontuno abunda en las redes sociales (este u otro), pero que nadie se pare a pensarlos, a leerlos con profundidad, me parece algo inadecuado.

Más allá de que nunca me ha caído bien el Jodorowsky y su oportunismo marquetiniano, su chamanismo de andar por casa y su literatura de autoayuda que, eso sí, nunca es barata… me paro a leer línea a línea:

Maestro (ya empezamos mal), tengo un problema (¿problema? ¿uno? ¿tengo?) con mi hijo (…):

Ni quienes damos clases deberíamos ser llamados maestros, pues implica cierta posición de poder (maestro=master, amo), ni se puede suponer que los problemas «se tengan», ni mucho menos que quien lo tiene sea el padre, pues quien verdaderamente lo tendría (supuesto que se pudiera) sería el hijo, ni está claro que sea sólo uno (y no trino ;-)), un único «problema».

Con esto, que no es más que el comienzo del primer párrafo, ya he pasado unos segundos pensando… y algunos más comentándolo en este estúpido diario solitario.

No sigo palabra por palabra, pero mi mente sigue haciéndolo (notas, colegio, alta calificación…).

Este primer párrafo, inmediatamente, lo invierto o conmuto para ver si sería igual la reacción de quienes lo publican:

[…] alta calificación en matemáticas y pésima en dibujo.

– ¡Lo pondré de inmediato a tomar clases particulares con un profesor de dibujo!

Jodocosa: – Necio, ponlo de inmediato a tomar clases particulares con un profesor de matemáticas.

Pero ya el último párrafo, esa coletilla moralista y utilitarista me parece el remate del absurdo:

¿De verdad que todos servimos para algo? ¿Y ese algo no es lo mismo?

¿A nadie le suena esta última frase a repartición de roles preasignados en la sociedad?, en una sociedad ya no estratificada, sino directamente de castas, como la más tradicional de las hindúes, donde hay quienes sirven para la religión, quienes sirven para la guerra, quienes sirven para el comercio, etc.

A mí, que me paso la vida cuestionándome ¿Para qué sirvo? me parece de una vacuidad tal esta frase que ya sólo por ella no leería nada más de este Jod-ido.

Pero la pregunta no importa, el pensamiento crítico, la duda, es algo del pasado, lo importante es la respuesta, el saber, el saberlo todo… hay que ser más listo, más y más algo, el mejor dibujante o el mejor matemático… el más, el más… para conseguir el éxito.

Porque de eso se trata, de éxito, de ser el más, el que va a procrear, el que se quedará como líder de la manada, el que transmitirá su superioridad a la progenie.

Y a mí que sigue interesándome, con más o menos dolor agudo en las articulaciones, el fracaso…

No es un buen argumento

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No juzgo a ninguna de las dos.
No me ofende ninguna de las dos.

Pero el argumento (la pregunta es capciosa tanto como la imagen, que muestra una mujer vieja frente a una «progresista» joven atractiva y coqueta) de que ambas están realizando la misma acción no es sostenible.

En el caso de la izquierda, es una persona dedicada a la iglesia que, por tanto, acata (obedece) los imperativos de la misma, dentro de los cuales, en la iglesia católica, está el recato, puesto que la tentación de la carne femenina sobre el hombre es demasiado insoportable.

En el caso de la derecha, la persona no está necesariamente dedicada a la iglesia, sino que esta le impone una costumbre social que ha de acatar (obedecer), puesto que, dentro del islam, el pelo femenino es la quintaesencia de la tentación que sobre el hombre resulta demasiado insoportable.

Que ambas estén aceptando dejar de ser «objetos sexuales» (incluso a pesar del intento tendencioso de maquillar a la bella muchacha de la derecha) por pecaminoso [no acepto el pecado]. En eso sí hay coincidencia. Pero la situación de ambas en la sociedad y la obligatoriedad o coerción no viene dada de la misma manera en absoluto: la primera lo está eligiendo personalmente, la segunda lo hace por condicionamiento social, presión religiosa en todos los ámbitos.

¿Es elección personal formar parte de ese ámbito social/religioso? ¿Es elección personal aceptar sus mandatos?

Creo que no. Pero «creo». No lo tengo tan claro. Pero sí tengo claro que el argumento para defenderse de la intolerancia islamófoba no pasa por ahí.

De paso, recientemente, en una conversación, me declaré abiertamente islamófobo, igual que catolicófobo o, más genéricamente, cristianófobo, pero no arabófobo, ni magrebófobo, ni europófobo, ni caucasianófobo.

Odio, cada día más, la influencia de las religiones en el entorno social que desearía que fuese LAICO. La religión, como el consumo de una mala droga, para practicarla en privado. Y financiarla de igual modo.

La era de la estadística

Estamos viviendo la era de la estadística.

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Cuando me toca algún alumno de clases particulares de matemáticas, especialmente de ciencias sociales, tengo que repasar estas temáticas que me espantan de la probabilidad y la estadística, cuando yo siempre he sido una persona más de álgebra y topología.

Pero hoy, pensándolo, recordando una conversación que tuve ayer con Isidoro Valcárcel, sobre los modelos de la realidad, las fronteras, me di cuenta de que mi amado principio de incertidumbre dio el pistoletazo de salida a esta era en la que incluso las ciencias más firmemente algebraicas pasaron a ser dependientes de esa rama de la matemática del error, de la indeterminación, del des-con-cierto.

Antes, bien es verdad, habrían venido las revoluciones que la misma matemática había sufrido a lo largo, principalmente, de finales del siglo XIX y comienzos del XX, con la formulación de nuevos espacios, nuevas lógicas, la ruptura de la axiomática euclídea, pero quedaba la tenue ilusión de que la naturaleza era predecible porque cumplía unas reglas casi expresables algebraicamente.

Aunque era una ilusión, a mí me hacía ilusión. Y me quedé allí. Sabiendo que no podía quedarme, pero me quedé… eso de la termodinámica estadística me parecía una trampa para aproximar lo desconocido… y no una nueva concepción de la realidad, en la que lo desconocido es lo conocido, por decirlo así, la dualidad campa a sus anchas y la semántica pasa a ser protagonista en ciencia.

Habíamos vivido una maravillosa era del álgebra, desde que los copernicanos y los cartesianos habían sido capaces de predecir eclipses, elipses y otras ipses. Habían «domado» la realidad bajo la batuta de la incógnita más o menos complicado de despejar, lagrangianos mediante.

Teníamos nuestras formulitas, nuestras leyes de gravedad, más o menos relativas, pero ahí estaban, sin juegos de dados… como le gustaban al querido tío Alberto.

Atrás había quedado toda una era oscura, que podríamos llamar la era del cálculo, era de contar sin asignar a variables, sin más que números y números… anotaciones, tablas, piedras, ovejas, después de una aún más lejana galaxia de proporciones geométricas, de cuerdas, reglas, compases y medidas, medidas y medidas… Las alubias del del teorema quedaban más allá del horizonte de sucesos.

Y ni hablar de las cuentas con las manos de esos babilónicos iterativos.

Pero sí, todo eso quedó atrás y ahora vivimos la era de la estadística y no me resisto a pensar que tendría que haber aprendido y comprendido más y mejor aquella temática durante los años de mi enseñanza secundaria y el entonces bachillerato unificado polivalente, aunque claro está que no tenían en cuenta (y aún tampoco) que la era del álgebra toca a su fin y que en ciencias (puras purísimas) íbamos a necesitar la estadística, la probabilidad y esas morrallas mucho más que la integración por partes.

Qué le vamos a hacer. Probablemente (uy), probablemente llegue alguna vez una nueva era en la que lo único importante sean los conjuntos, las categorías, y podamos releer con placer a Inmanuel Kant, a Bertrand Russell y, por supuesto, a Frege.

Entre matemáticas y sintaxis

Yendo yo para Villavieja
me cruce con siete viejas
cada vieja llevaba siete sacos
cada saco siete ovejas
¿Cuántas viejas y ovejas iban para Villavieja?

Acabo de encontrarme con este material que presume ser un divertido problema de matemáticas cuya solución (matemática) es relativamente trivial (7 viejas y 7x7x7 = 343 ovejas, lo que haría un total de viejas y ovejas de 350)

Sin embargo, lo que me ha llamado la atención es que contiene un pequeño error sintáctico que induciría a responder otra cosa: Las viejas iban, las ovejas eran llevadas. Es decir, las viejas eran el sujeto de ese verbo llevar, mientras que las ovejas eran un sencillo complemento directo.

Estamos sumando, por tanto, en la pregunta, las que van y las que son llevadas… y no es lo mismo. Eso sí que es sumar churras con merinas, hablando de ovejas.

Hay que diferenciar la intención (que sí poseen las viejas) de la coacción (a la que están sometidas las ovejitas). Si no aprendemos a diferenciar estas cosas, es posible que pensemos que vamos voluntariamente a «sitios» a donde sencillamente nos conducen. Somos más ovejas que viejas en la mayoría de nuestras situaciones. Así que luego no es muy correcto que nos cuenten a la hora de pagar peajes de nuestro bolsillo.

Ejemplos hay varios, pero me quedaría con la falta de regulación bancaria, que acabamos abonando todos, incluso aunque no nos beneficiemos del juego. El banquero es el sujeto y los clientes no lo somos. ¿Cuál es el verbo?

¿Y si mi cuchara es un tenedor?

Ayer surgió una conversación durante la cual uno de los participantes comparó lo que la gente sabe hacer con «comer con el tenedor un caldo«, cuando, según el susodicho, lo suyo es comerlo con una cuchara.

Y claro, no he parado de preguntarme desde ese momento si eso es correcto.

En primer lugar, está la cuestión del tenedor en lid, si no puede ser lo suficientemente amplio como para abarcar el caldo, pero en segundo lugar está el caldo, pues no dejo de imaginarme el famoso caldo gallego o esos caldos (sopas) orientales de pasta y carne que ya no sólo con tenedor, sino incluso con palillos puede ser disfrutado. (Por cierto, no sé por qué, esto me recuerda que leí una vez lo ridículo que es vincular mentalmente pasta a Italia cuando lo verdaderamente razonable sería vincularla con China, por históricos motivos obvios).

No paro de preguntarme si no es una bonita imagen, mucho menos prosaica que la de comer un caldo con cuchara, incluso, por qué no, con cucharón. Pero ya se sabe mi tendencia a la inutilidad, a la poesía y otros males de la humanidad que se encargan de comer caldo con tenedores… siendo mancos y ciegos.

Tengo la imagen tan grabada en mi cabeza desde que la pronunció que no quiero dejar que se me olvide (¡ole con esa triple negación!) y me encantaría usarla para realizar una acción poética con ese nombre, con ese motivo, con esa imagen.

Ahora tengo que elegir para ello el caldo adecuado, el tenedor preciso y la ocasión propicia. Pero esto es caldo de cultivo para mi creatividad. Nada mejor para retarme que un «imposible«.

En ningún momento durante la conversación el argumentista dudó de estar en posesión de esa cuchara indispensable ni, por fundación, poner en entredicho conocer la composición de ese caldo. Es una de esas personas que saben, como cuando alguien habla del «buen gusto», que nunca jamás suponen que ese «buen gusto» no sea el suyo.

Hay que añadir, casi en último momento, que el interlocutor pretende enseñar a comer caldos con cuchara.

Tuve que estar callado. No pude intervenir. No tengo ni idea de si conozco el caldo debatido ni mucho menos si mi cuchara no es realmente un tenedor. ¿Existen diferencias irreconciliables entre los tenedores y las cucharas? Hablar de lo indecible me recordaba a Wittgenstein. También a Roland Barthes. Pero me quedó el agridulce sabor de la obediencia debida a la autoridad… en algo tan absurdo, íntimo y personal como disfrutar de un caldo.

Kabul-París

españa-kabul

No digo que las embajadas
no sean terreno nacional
pero no son la capital.

Caer en acto de servicio
no es lo mismo que caer en el servicio
o que caer en puro vicio.

No es lo mismo París
que Kabul
ni las alcachofas que las merceditas.

No hay simetría
se pongan como se pongan
o nos pongamos como nos pongamos.

Pero venga, sigamos avanzando a la estulticia
a la estupidez
a la simpleza:
todo
por la patria.

Se alquilan hombres guapos para llorar

hombres guapos para llorar

¿Se imagina alguien que en el muro de una red social un hombre hubiese puesto un anuncio «simétrico», es decir: Se alquilan mujeres guapas para llorar?

Olvidándose del tema de si los hombres lloran o no lloran (yo, hombre, lloro, de cuando en cuando en cuando), me parece terrible no darse cuenta de que esto no es sino otra cara de la misma moneda llamada objetualización del ser humano: sea este hombre o mujer.

¿Es esta propuesta tan condenable o menos que la expresión simétrica?

Quizá nos estamos poniendo un poco demasiado puntillosos con estas cosas. Me consta que para esta persona que ha puesto ese cartelito tonto en su muro no hay más trascendencia que la de un deseo saciable sin pensar… pero cuidadito: para muchos hombres con, digamos, pocas sensibilidad, el recíproco también se sostendría y, por tanto, su disculpa podría ser la misma.

Por cierto, no deja de resultarme «machista», a falta de un término mejor, el hecho de que la noticia, si es que puede ser tachada de tal, aparezca en una sección de moda del periódico que tiene como target claramente a las mujeres como lectoras. ¿No sería un tema de interés general?

Pero una de las cosas que más me preocupan es que me da miedo (verdadero miedo) a ser tachado de insensible o de machista si se me ocurre añadir como comentario la simple cuestión de ¿y mujeres?, así que me autocensuro y asumo que tiene derecho a objetivizar seres humanos hombres, porque ella es una mujer. Yo, como hombre, no tengo derecho a objetivizar seres humanos mujeres, porque soy un hombre. Hummm… Tengo que hablarlo con mis amigas. Quiero saber sus opiniones. Igual estoy sesgando sin darme cuenta…

Esto no es una broma