He hecho algo terrible

He debido de hacer algo terrible esta mañana, cuando dando un paseo, con la cámara al hombro, o en el bolsillo, me dieron unas irrefrenables ganas de fotografiar una antena.

Decidí que ya que tengo que ir a rehabilitarme el hombro durante unos cuantos días, iba a aprovechar para volverme caminando a casa, tratando de no repetir nunca el camino de vuelta. Y hoy tomé rumbo a Cuatro Caminos, desde Guzmán el Bueno, 133, pasando por la ferretería de mi tío (a punto he estado de escribir un plural desagradable aún, dada la ausencia de mi tía muerta).

Comencé fotografiando un par de instantáneas del edificio donde asisto a la rehabilitación para luego comenzar a fotografiar diversas cosas que me llamen la atención por una u otra razón (o sinrazón). En frente, más o menos haciendo esquina con Francisco de Sales, me atrajo una antena rarísima que parecía un insecto extraño. Raro y extraño… tenía que fotografiarlo.

Pero, nada más apretar el botoncito, vino hacia mí un guardia civil amablemente contundente a decirme que no tenía ningún derecho a fotografiar el edificio, que, por motivos de seguridad, debía ver la foto y que me exigía (así, porque sí) que la borrase. Le mostré la foto que seguramente consideró absurda y la borré delante de sus párpados (y sus narices) y me exigió ver otras fotos que hubiese hecho. No creo que me mereciese la pena hablarle de las derivas situacionistas. Era cuestión de tiempo que se empezase a enfadar. Así que simplemente, satisfice su necesidad de sentirse útil y borré la foto que tenía mucha menos información que la que ahora mismo estoy dispuesto a poner en este blog… extraída de Google Street View.

Luego seguí mi camino algo enfadado por la falta de simetría en esa relación según la cual yo puedo ser objeto fotografiable en cualquier momento y lugar de la ciudad, sin poder ser objeto fotografiador. Sintiendo, además, la estupidez de esa arbitrariedad que pone como base o justificación la seguridad nacional, al más puro estilo guantanamero. Esa arbitrariedad que permite que un guardia pueda exigirme borrar fotos o ver fotos que yo tenga hechas así porque sí, por si acaso soy un peligro… y si él es un peligro… ¿Quién me protege?

Bien, sé que se supone que debemos confiar en las fuerzas de seguridad del estado, pero también pediría un poco de confianza en los ciudadanos, si no van a confiar en nosotros… ¿por qué he de confiar ciegamente en ellos?

No quiero extenderme mucho más, y sé que no es cuestión de hablar de ellos y nosotros… pero hoy lo siento de esta manera, aunque, vengativamente, he decidido incluir en la foto de Street View una en la que se pasaron por el forro la restricción o el respeto y fotografiaron, incluso, a un agente que no tendría porqué estar expuesto de esta forma.

¡Ay…. la seguridad nacional!

Endesazul

Endesa Zul
Actitud azul?
¿Es una broma?
Parece increíble que esta publicidad no se refiera a las elecciones municipales recientemente celebradas (aunque más que celebradas, cabría decir realizadas) en las que el azul se impuso al rojo claramente.

Claro que también podría deberse al interés por Facebook de algún publicista algo torpe. Los colores son simbólicos, como ya decía Kandinski en su famoso libro De lo espiritual en el arte, capítulo V, el dedicado a los colores.

Pero es que todo, repito: todo, es simbólico. El simbolismo ya lo afirmó. La poesía, siempre por delante de las ciencias… y a veces en paralelo, así que no siempre… y siempre al mismo tiempo, puesto que para la poesía no existen las contradicciones porque todo es una contradicción, y no, la poesía, insisto, ya lo sabía.

Así que, quizá, este anuncio hay que entenderlo en clave jocosa o poética, contradictoria o infeliz. ¿Será que el azul ya no es el de tus ojos, sino el de Endesa? El romanticismo, el más cursi romanticismo, parece tocar a los marketings hasta hacerlos necios. ¿Se le pasó? ¿Fue intencionado?

Ay…. cómo me gustaría pensar que fue una licencia poética… pero me temo que no.

Será azul.
Será.
Azul.
Azulea eléctrica
como la luna
manifestación de la conciencia de la tierra
azulea mecánica y barata
como tu corazón
expuesto en la ventana
para que el sol caliente tus entrañas
para que la lluvia arrastre tus lágrimas
azules
como párpados opacos
a la luz de un fuego
de gas natural
que nos quema
hasta las facturas de la pena
hasta la pena electoral
hasta la rabia
hasta la nada
y nada
nada
hasta llegar al mar.

Encontrar una mirada o un objeto

Me gusta dejar vagabundear mi mirada por los objetos que encuentro alrededor. Cuando me sorprende uno intento recordarlo, a veces, incluso, fotografiarlo. No tanto por la necesidad de plasmar su recuerdo como por el de premiar mi acto de descubrimiento, mi mirada consciente, mi mirada de niño que descubre, otra y otra y otra vez, el mundo.
Hay pocas cosas que me gusten tanto como esto, como reencontrarme con mi niño interior, con ese que dicen que todos tenemos dentro. Hoy he pasado horas con las hijas de la prima de mi amor, que me llaman tímidamente tío, disfrutando de sus miradas a las cosas, aprendiendo de ellas, viendo cómo se puede disfrutar de un alfabeto inventado (cómo no haberlo propuesto en mi taller de poesía china!!!) o con una colección de piedrecillas que guardar en una bolsa de plástico o descubrir champán en una botella de agua de la fuente de la plaza.
Hay quien sostiene que sería un buen padre, pero no se dan cuenta de que en realidad lo que me gusta es ser buen hijo, bueno jugando con otros niños, con otras niñas, con sus descubrimientos, los más importantes, los que sólo se pueden hacer una vez en la vida… salvo que se siga siendo niño por siempre. ¿Significa que no me gusta crecer? No. Me gusta tener los años que tengo, me gusta ser capaz de ver con su mirada y también con la de sus madres y padres; y quizá algún día también con la de sus abuelos y abuelas.
Es variado y sabroso, es caleidoscópico y polifacético, es encontrarse con una realidad llena de objetos que son más que objetos, con piedras que son dinero, con arena que sirve para hacer una crema, con hormigas que se pueden comer para que la caca salga con patitas negras y caiga por una cascada de agua amarilla.
O un candado que encierra el aire, que encarcela al universo sin que este lo sepa, haciendo que la naturaleza toda sea una cárcel de la que no es posible escapar, salvo por el hueco dejado para la llave imaginaria. Un retrovisor que refleja lo que no debería, que refleja el cielo por el azar de la destrucción.

Cámaras de Teléfonos

Sobre la mesaMe encuentro casualmente con un móvil de hace tiempo porque el actual ha dejado de funcionar. Aunque en realidad los móviles sé que están pensados para no funcionar nunca mucho tiempo, me empeño en intentar que su vida sea larga y me acompañen a todas partes a donde voy. Estoy llegando a tener un grado de dependencia de los móviles algo atroz.
Sé que saberlo es el primer paso para poder desprenderse del mal hábito, pero no es suficiente.
He de reconocer que aglutinar en un sólo dispositivo o chisme un teléfono, el correo electrónico, una cámara de fotos, un reproductor de música, un transistor de radio, una grabadora, un vídeo, un pendrive, una agenda de contactos, con datos de direcciones postales, electrónicas, teléfonos, agenda de eventos y actividades, un recordatorio de tareas… es una maravillosa navaja suiza de la tecnología. Siempre me han gustado y con estos móviles de hoy en día he de reconocer que estoy cautivado.
Pero claro, me olvido de que están pensados para no durar.
Recuerdo un documental fantástico de TVE2 sobre la obsolescencia programada y sé que lo sabía. Pero me olvido. Me olvido y me engancho y los uso no tirándolos, claro, así que acumulo dispositivos deliberadamente obsoletos pero que cuando menos te lo esperas te salvan la papeleta y te permiten no tener que ir a una tienda con urgencia a comprar y comprar y comprar un nuevo móvil.
Hoy se me ha estropeado, después de muchos avisos, el Sony-Ericcson que acostumbro a usar y que viene durando ya casi 3 años, cifra record en un teléfono nuevo. Después de probar a hacer distintos encendidos, he dado por terminada su capacidad de reconocer la tarjeta de memoria que me es fundamental para usarlo con todas esas propiedades extra que ahora le pido a un aparatito de estos. Así que puedo decir que está estropeado.
Cambiar de teléfono no es muy traumático, especialmente si tienes la precaución de no cambiar de marca y además haces copias en el PC de los datos que tienes en el aparato. Esto es algo que no me preocupa. Pero claro, te vas acostumbrando a tener una cámara de más pixeles, una gestión del correo electrónico más sencilla e integrada y cuesta deshacerse de esa buena vida. Qué cosas valoramos.
Supongo que por eso hoy no me ha importado nada lo de la mierda de los móviles: me duele mucho más que habitualmente mi fisura anal y tengo que volver a ir al médico.
¿Quién nos ha diseñado con una obsolescencia programada tan malvada?
Me acuerdo de los replicantes de Blade-Runner y no puedo evitar sentirme como uno de ellos preguntándome: ¿Cuánto me queda?
Pero no sé si yo podré aguantar a que me alcance mi destino.
Y no digo más.

Abandonado

He visto este paraguas que se encontraba como yo, agotado, exhausto, abandonado…
Yo no estoy abandonado!!!
Pero me siento tan cansado… será que he dormido mal, que mi garganta me ha hecho toser sin parar, que la salud se resquebraja por mil sitios y empiezo a tener la maldita sensación de estar envejeciendo mal.
Hoy una de mis mejores amigas, mi querida María, marie, cumple años. Tenía muchas ganas de ir. Tenía muchas ganas de ir aunque fuese sólo a darle un abrazo. Un abrazo que le recuerde que es una de las personas más importantes de mi vida. ¡Ay! ¿quién lo iba a decir? Y no me siento con fuerzas para ir y no acabar lamentándolo mañana.
Según escribía el artículo esta mañana, me daba cuenta de lo mucho que quiero establecer un grupo de debates sobre historia, filosofía, ciencias sociales varias, humanidades, podríamos decir, y siempre que pienso en esto me acuerdo de María. Ella estaría siempre en este grupo. Es una de esas personas cuya opinión me importa y, sobre todo, su capacidad de argumentación. Adoro conversar con ella y resolver esos irresolubles problemas del mundo.
Y ahora me tengo que ir…
pero no a su cumpleaños…
vaya.

No soy fotógrafo

Ayer no escribí mi entrada en este blog. En parte porque estuve haciendo fotos de Tango a Carmen con su pareja actual, Robert. No creo que salieran muy bien. Es más, tengo la sensación de que les hice perder el tiempo haciéndoles creer que tengo capacidad para hacer algo como eso.
Comencé por hacerle fotos a Carmen sola, pero no sabía muy bien qué sugerirle para obtener los mejores resultados. Sí sé que le indiqué que por favor se estuviese quieta, yo me movería por el espacio alrededor de ella buscando mirar de maneras diferentes a algo que se mantenía estático.
Obtuve algunos buenos detalles, pero poco más. Tampoco tenía una buena cámara, ni una buena iluminación, ni una modelo profesional. La sala era bastante neutra, con mi querido fondo de telón negro, que tan suculentos resultados da habitualmente.
Tarde llegó Robert.
Seguí haciéndoles fotos proponiéndoles posturas, abrazos, vestuario. Pero por la tarde vi las fotos. La mayoría de ellas están mal. La inmensa mayoría. Quemadas. Queda patente mi desconocimiento de la técnica fotográfica mínima para no hacer perder a la gente el tiempo pensando que van a obtenerse resultados dignos.
Yo creía que podía, creía que iban a aprovecharse un promedio del 5% de las fotos realizadas. Salvo las de detalles, apenas son aprovechables el 1%. Quizá manipulándolas, editando los originales y reduciendo los brillos… o sea que perdiendo más tiempo mío y, quizá, algo del suyo puedo conseguir llegar al 3% de fotos dignas. Hice más de 400 fotos. Quizá puedan obtener 10 fotos útiles.
No sé porqué me meto en camisas de once varas. Frase, entre otras cosas, tan divertida!

Paraguas

Qué fragilidad la de un paraguas que es dejado en un cubo de basura, después de habernos servido bien. Es un objeto algo perverso, que puede aniquilar a más de uno. Cuando Madrid se llena de paraguas la ciudad se vuelve difícil de transitar caminando. Debería ser habilitado un carril paraguas, igual que un carril bici o un carril perro.
Ya que demostramos ser incapaces (según dicen) de llegar a una convivencia pacífica que debe ser constantemente regulada, reglamentada, como en el caso de la famosa ley antitabaco (en lugares públicos, matizo), parece razonable lo absurdo: que regulemos todo lo que pueda ser causa de daños a terceros sin cesar hasta caer en los ridículos mencionados… aunque quizá algún día no parezcan tan ridículos.
En el mundo de las milongas (donde se baila tango social) cada vez hay más preocupación al respecto del respeto: se habla sin parar de la necesidad de respetar la circulación, de no golpear, de evitar confrontaciones con el otro, de no dañar a nadie en lo más mínimo. Y me parece razonable… hasta un punto.
El respeto nunca estará relacionado con la prohibición, con la obligación ni con nada coercitivo. El respeto debe partir siempre de la mirada hacia la otredad, pero por ambas partes, sabiendo que debe convivir con una tolerancia que se demuestra en la molestia, no en la no molestia, no soy tolerante o no demuestro serlo cuando algo no me molesta y lo aguanto, sino, al contrario, cuando algo me molesta y lo aguanto.
Pero ¿cuánto he de aguantar? ¿cuándo debo pasar a ser intolerante?
No tengo la respuesta.
Pero sé que tiene que ver con la flexibilidad, con la capacidad para la convivencia… y no sé tampoco cómo se puede enseñar esto. ¡Qué poco sé!
Pero algo sé al respecto: la inflexibilidad y la intolerancia, la prohibición y la obligación, también enseñan; enseñan que no es preciso aprender a respetar ni convivir, que es algo que ya nos dirán (¿quienes?) cómo hacer.

Y yo en este artículo pretendía hablar de la crisis y la metáfora de un objeto desechable como paradigma de la cultura del derroche, del consumo encadenante, de la falta de conciencia… pero claro, hemos llegado a otro punto en el que la falta de conciencia es evidente.
Y seguimos.
Y seguimos.
Y seguimos.

Esto no es una broma